A 48 horas que abran casillas y se elijan nuevos gobernantes, la discusión de la campaña fue guiada por el partido oficial: lograron evadir los temas de seguridad y salud, la opacidad imperante, la militarización negada, la corrupción imperante, los conflictos de interés y el nepotismo, la crisis de vivienda, maquillar las cifras económicas y hasta distraer de la ideologización de la educación.
Todo, quedó a un lado para centrar la discusión en una de las muy pocas promesas cumplidas de esta administración, los programas sociales y su impacto en las capas más desprotegidas de la sociedad. La estrategia fue muy efectiva, la oposición cayó en una trampa discursiva de la cual no logró salir durante toda la campaña.
Pero eso es cuestión y karma de ellos. Al final, los políticos se basan en la ambición, persecución y alcance del poder.
El problema es lo que está alrededor.
Hagamos un ejercicio de memoria de los últimos seis años y centremos nuestra mirada en lo nacional y, tras de ello, intentemos un repaso microscópico a Jalisco.
Durante este sexenio, la estrategia de comunicación implementada por el gobierno federal fue crear nuevos personajes mediáticos. Algunos de ellos se volvieron populares porque aparecían en las conferencias matutinas del presidente, soportando el ridículo de su papel a cambio de la fama cotidiana de salir en el foro gubernamental.
Otros, abrieron canales en redes sociales -fundamentalmente, YouTube- azuzados por las granjas operadas desde el poder para inflar de forma artificial sus emisiones y viralizar contenidos pro obradorato. Unos más, encontraron en las redes sociales una herramienta para impulsar su nombre y usar primero espacios virtuales y luego invitaciones de la Legacy media para prodigar su discurso.
Bueno, decir su discurso es mentir. En realidad eran las líneas de comunicación dictadas desde la vocería presidencial. Cada quien explotando su área de expertise, sus talentos o la idea de los mismos para intentar inyectar un mensaje a la población desde la percepción de éxito.
Percepción, el nombre del juego.
Ninguno de estos nombres profirió crítica alguna ni al gobierno o a la campaña oficial. Ninguno cuestionó medidas, declaraciones, masacres, errores, desastres, contradicciones o defensas a impresentables. Aprendieron a comer mierda mientras gesticulaban como si fuera un gran banquete y señalaban a críticos y opositores como lo que, hoy, ellos representan: una cofradía de genuflexos al poder.
Sus temas favoritos eran conocidos, aquellos que generan tráficos y morbo. Nombres de periodistas y medios, políticos en desgracia o merecedores del escarnio, miembros de la farándula, alguno que otro personaje menor y mucha, mucha saliva para lubricar el paso de las políticas obradoristas.
En Jalisco, el caso fue similar pero en sentido contrario. Tras el pleito y alejamiento de Alfaro de la prensa, comenzó una constante campaña no solo a señalar los yerros de la administración, sino a cuestionar las políticas acertadas que contrastaban con las de la federación.
Sólo hagamos memoria de 2020 y la forma en la cual estos hipócritas cuestionaron la estrategia de prevención y combate al COVID del gobierno estatal en comparación a la indolencia de López Gatell. Muchos recuerdan el episodio inaceptable de los sótanos del poder, pero prefieren obviar la protesta en Palacio de Gobierno, donde conocidas candidatas actuales azuzaron e impulsaron la violencia que hubo ese día.
Lo traigo a colación porque esta semana los mustios tiraron la careta. Todos ellos -en lo local y lo nacional- dejaron de lado su maquillaje de objetividad y neutralidad para aplaudir a los candidatos de todos los niveles del partido oficial. Asistieron a sus eventos y presumieron en sus redes los lugares de privilegio o de segunda categoría que consiguieron. Pero ninguno quiso dejar pasar la oportunidad de hacer patentes que ahí están, listos para proseguir con su labor vergonzante de lavar la cara al régimen donde se le pida y bajo la condición que sea.
El nuevo periodismo mexicano, ese que surgió de la lisonja para nunca despegar a algo que los alejara de la ignominia.
El periodismo del hipócrita.