Jueves 9 de abril. 8:30. La vida en México durante el coronavirus es extraña y no pocas veces incomprensible. Gamés desayunó cuatro claras y una yema a la mexicana, un café exprés y la noticia de que, según el subsecretario Hugo López-Gatell, en México se han contagiado unas 30 mil personas. A Gilga se le pusieron los pelos de punta, pues no íbamos en 3 mil 181 casos confirmados y 9 mil 188 casos sospechosos.
Con la novedad de que por cada caso confirmado de covid-19 se estima una cifra real 10 o 12 veces mayor. El subsecretario explicó en qué consiste el sistema de vigilancia Centinela, el cual opera desde la semana pasada con el fin de observar el comportamiento de la pandemia. Ajá. Mediante este muestreo ahora sabemos que los números que la autoridad reveló siempre fueron falsos. Van a perdonar a Gilga pero si quieren regalarle una sonaja y un chupón, ni aunque hayan sido desinfectados con ácido sulfhídrico. Es que de veras. A Gil le gusta imaginar diálogos: oiga subsecretario, ¿por qué no usamos el método Centinela para proyectar con toda precisión la cantidad de contagios del coronavirus? Buena idea secretario Alcocer, hasta que se le ocurrió algo. Y ahora sabemos la verdad.
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12:30 pm. Gamés meditaba en un serio problema filosófico del que hablaban Husserl y Heidegger, según cuentan sus biógrafos. López-Gatell ha realizado una aportación: “es un error suponer que todo lo que se ve existe y al revés también, que si no se ve, no existe”. El subsecretario más famoso de nuestra historia hizo una amplia explicación acerca de la vigilancia Centinela y de las razones por las cuales no es necesaria la realización masiva de pruebas de detección. López-Gatell habría vuelto locos a Husserl y Heidegger, pues ha destruido el movimiento fenomenológico. Gil no quiere pasarse de lanza, pero Husserl era matemático. Gamés no sabe nada de nada, pero sabe que Corea del Sur tuvo éxito realizando miles y miles de pruebas para localizar y asilar los focos, o como se llamen. Centinela, mju.
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2:30 pm. Con la seguridad de un neurocirujano a punto de incidir en el lóbulo frontal de la cabeza de un paciente, Gamés se sirvió un vodka en las rocas, doble, y que nadie se escandalice por piedad. Una vez armado, Gilga leyó una nota de Pedro Domínguez en su periódico MILENIO: “el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que si las 15 grandes empresas que adeudan al Servicio de Administración Tributaria (SAT) pagan los recursos que deben, ese dinero será para otorgar al menos un millón de créditos más a los pequeños y medianos comercios para que resistan la crisis económica por la pandemia de covid-19 y la caída en los precios del petróleo”.
Ahí va un navío, un navío cargado de… 50 mil millones, de pesos o dólares, da igual porque no existen. En la mañanera, López Obrador dijo que envió una carta el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, enlistando cuáles son las empresas y los montos que adeudan a la hacienda pública.
Consecuentemente, confió en que pronto estos consorcios se pongan al corriente con el pago de sus obligaciones fiscales.
Y a todo esto, ¿el Estado solo apoyará a sus beneficiarios de primera?: “Y ayer dije que por cuestiones de dignidad no iba a dar los nombres, pero ya los tiene con las cantidades el presidente del Consejo Coordinador Empresarial; se procuró entregarlo de mano y de manera segura para que en una de esas nos ayuden a cobrar”. Ah, ya: que Salazar sea su cobrador, Gil ya entendió.
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6:30 pm. Gil estaba leyendo el nuevo libro de Héctor Abad Faciolince: Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) (Alfaguara 2020). Una decepción monumental. Esa literatura le impidió evadirse a Gamés y volvió obsesivamente a las palabras del Presidente: “Si son 50 mil millones, como tienen con qué, si nos pagaran esos 50 mil millones en vez de un millón de créditos para pequeñas empresas, serían 3 millones; aquí hago el compromiso que ese dinero será para pequeños negocios, tanto de la economía formal como de la informal”. Solo porque es jueves Santo, Gliga no blasfemará. Gil caminó por el amplísimo estudio como si éste fuera el Monte de los Olivos y meditó: que raro es todo, caracho, como diría Aldous Huxley: Nunca es igual saber la verdad por uno mismo que tener que escucharla por otro.
Gil s’en va