Política

La Batalla de Tenochtitlan

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Gil regresaba de sus vacaciones debilitado, sin fuerza para una conquista. Por fortuna, la lectura no necesita de grandes espadas y rodelas. Así repasaba y leía Gamés La conquista de México de Hugh Thomas (Planeta, 2001). En efecto, el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito, el imperio mexica llegó a su fin. Thomas lo llamó con gran sentido histórico Batalla de Tenochtitlan, ni caída, ni resistencia: batalla. Quien quiera saber de esa tremenda historia tendrá que leer estos capítulos de guerra, alianzas, traiciones, crueldad, fuerza insólita. Así se impuso Cortés, no sin melancolía, al mundo mexica. Gil ha preparado algunas cápsulas de esa batalla de vivir o morir. Vamos.

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En las semanas anteriores al bloqueo de la ciudad ordenado por Cortés, Cuauhtémoc inició una gran ofensiva diplomática, prometiendo remisión de tributos a numerosas ciudades sometidas. Pero el resentimiento contra el imperio seguía siendo fuerte. Los pueblos antaño sujetos se percataban de que estaba cercano el fin del imperio. Tal vez creían que era inminente la hora de los tlaxcaltecas. Cuauhtémoc no consiguió impresionar a sus antiguos tributarios con la idea de que, si los castellanos vencían, tenían tanto por perder como los mexicas.

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Es imposible determinar el número de aliados. Cortés dijo que tenía a cincuenta mil de Tlaxcala y que el conjunto de su ejército era de ciento cincuenta mil. Su capellán y biógrafo, López de Gómara, se refirió a sesenta mil texcocanos y a doscientos mil de otros lugares. Los investigadores modernos han sumado las distintas aportaciones de los aliados hasta llegar a quinientos mil. Todas estas estimaciones han de ser muy exageradas. Ni los mexicas ni los castellanos seguían un método fiable para calcular las masas humanas.

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El 15 de junio de 1521 se lanzó otro fuerte ataque. Durante varias jornadas apenas si se había operado. De manera que, como era de prever, los mexicas habían vuelto a abrir brechas en las calzadas. Pero, una vez más, los bergantines protegieron por ambos flancos a los castellanos y sus aliados, que cruzaron las brechas utilizándolos como pontones y una vez más entraron en la ciudad. El número, la energía y la disciplina de los mexicanos resultaban notables.

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La evidente decisión de los mexicas de luchar hasta la muerte convenció a Cortés de dos amargas realidades: Primero, que él y sus camaradas no recobrarían nada o muy poco del oro y otras riquezas perdidas en “la noche triste”, y segundo, y más importante, que dada la resistencia mexicana no quedaba otra alternativa que, destruir la ciudad.

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Tenochtitlan no quedó destruida por azar, sino como consecuencia de una táctica deliberada, aplicada cuidadosa y metódicamente, con toda la energía de una guerra europea y sin pensar en que se arruinaba una obra maestra de diseño urbano.

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A fines de junio parecía estar cerca la victoria definitiva. Cortés pensaba que Cuauhtémoc se rendiría pronto. Los castellanos habían conquistado la mitad de la capital. Estaban a punto de converger las fuerzas de Cortés, Alvarado y Sandoval.

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Los mexicas siguieron mostrando una gran resistencia. […] Podía ser también que ciertas drogas sostenían a los mexicas. Por ejemplo, la droga favorita de los chichimecas era el peyotl, un pequeño cacto blanco parecido a una trufa. “Los que lo comen o beben ven visiones espantosas, o de risas; dura esta borrachera dos o tres días y después se quita.

Es como un manjar que los mantiene y da ánimos para paliar y no tener miedo, ni sed, ni hambre, y dicen los guarda de todo peligro”. También pudieron comer setas sagradas, cuyo resultado era provocar sensaciones que elevaban el coraje hasta la insensatez.

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A la escasez de hombres se añadió pronto la de comida y agua. A mediados del mes (julio), la columna de Alvarado llegó a la fuente que había proporcionado a los mexicas un modesto caudal de agua salobre. La destruyeron. Desde entonces, los mexicas sólo dispusieron de la fétida agua del lago. El Códice Florentino dice que muchos murieron a causa de un “flujo del cuerpo” (diarrea). En cuanto a comida, las reservas de maíz y otros abastecimientos estaban ya casi agotadas.

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Gil ya no sabe si va o viene, pero aun así dejará caer una modesta cascada ámbar en vaso corto con dos rocas heladas. Mientras esto ocurre Gamés repetirá las frases de Napoleón: “A veces una batalla lo decide todo, y a veces la cosa más insignificante decide la suerte de una batalla”.


Gil s’en va

Gil Gamés

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  • Gil Gamés
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  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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