Gil cerraba la semana. Así a secas. Leía una entrevista con el escritor John Updike, uno de sus preferidos si se trata de la narrativa moderna de Estados Unidos. Libros como Parejas, Corre, conejo, A conciencia o Brasil, se han convertido en grandes éxitos con miles y miles de lectores. De nuestros tomos de entrevistas de “Paris Review” (Acantilado, 2020), Gilga trae algunas declaraciones de este escritor de primera línea. Vamos.
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Mis dos padres tienen un apetito por las verdades exultantemente horribles poco propio de la clase media, y después de llenar mi infancia de calidez y de color, me han dejado llevar mi vida adulta sin interferir, y nunca han dejado de animarme, aún cuando estaba escribiendo sobre antiguas heridas, concediendo a una visión infantil de las cosas la autoridad indebida de la letra impresa. He escrito libre de cualquier miedo a poner en jaque su amor.
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En cierto sentido mis padres, que son ambos unos actores considerables, ya estaban dramatizando mi juventud mientras yo la vivía, de tal manera que llegué a la edad adulta con cierta cantidad de material ya a medio formar. Cierto: hay un hilo soterrado que conecta algunas de las narraciones, y supongo que ese hilo soterrado es la autobiografía.
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Cuando me marché de Nueva York en 1957, abandoné sin pesar la corte literaria de los agentes, los aspirantes y los satélites que están al corriente de todo; me parecía un mundo que no aportaba nada e interfería con todo. Hemingway describió el Nueva York literario como un frasco lleno de tenias que intentaban alimentarse las unas de las otras.
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La obra, las palabras sobre la página, se tiene que separar de nuestras presencias vivas; nos sentamos a escribir y nos convertimos en simple pretexto de esas formas que emitimos […] La sensación de que no sólo en el espacio sino también en el tiempo abandonamos a las personas como si ésa fuera nuestra intención, y por tanto incurrimos en la culpa y estamos en deuda con ellas, con los muertos, con los abandonados, por lo menos durante ese acto de homenaje que consiste en recrearlos.
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Ser capaz de escribir se vuelve una especie de escudo, una forma de esconderse, un modo de transformar de forma demasiado instantánea el dolor en miel; mientras que cuando eres joven, eres tan impotente que no puedes evitar luchar, observar y sentir.
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Me acuerdo de cuando yo era aspirante a escritor. Daba por sentado que los escritores publicados habían trabajado con empeño hasta ser dignos de que los publicaran, y daba por sentado que era la única forma de hacer las cosas, de manera que me desconciertan un poco esos jóvenes que me escriben cartas encantadoras sugiriendo que les imparta un curso de escritura improvisada. Al parecer me he vuelto parte de esa institución que se espera que esté al servicio de la juventud, como los rectores universitarios y la policía. Pero como todavía me estoy formando sólo quiero leer cosas que me ayuden a asentarme.
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No he escrito para teatro porque nunca me ha gustado mucho ir al teatro; a las obras siempre parece que le sobre un acto, y a menudo no puedo oír bien. La última obra a la que asistí, lo recuerdo, fue Un frágil equilibrio [del dramaturgo Edward Albee]; me senté cerca de la pared del teatro y al otro lado no pararon de pasar camiones cambiando de marchas, con lo cual me perdí la mayor parte del diálogo. La realidad de personas maquilladas sobre una tarima diciéndose las mismas cosas que llevan meses diciéndose es más de lo que puedo pasar por alto. También creo que el teatro es un terreno pantanoso para quien se juega el dinero y para las personas con determinación. Harold Brodkey, un escritor espléndido de mi edad, desapareció cinco años en una obra teatral que no se llegó a producir. Desde Twain hasta James, Faulkner o Bellow, la historia de los novelistas que se meten en el teatro siempre ha sido calamitosa.
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Creo que vivimos en una era orientada a lo visual, y que tanto el cine como las artes gráficas y pictóricas nos rondan, rondan bastante a los que trabajamos con las palabras. Ya escribí sobre los celos que nos despiertan en mi reseña sobre Robbe-Grillet y sus teorías. En suma, estamos celosos porque las artes visuales han captado a todo el público glamuroso: los ricos y los jóvenes.
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Todo es muy raro, caracho, como diría Francis Bacon: “Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”.
Gil s’en va
Gil Gamés