Hay múltiples razones de la depresión y ansiedad en adolescentes; dinámica familiar conflictiva, aislamiento social, dificultad para pertenecer a un grupo, rechazo de sus compañeros o parejas, vivir violencia, abuso o marginación.
Sin embargo, cada vez más padres de familia confunden estos padecimientos con un problema del carácter de su hijo: una inmensa soberbia. No todos los jóvenes de conducta problemática, pueden justificarla por sentirse deprimidos o incomprendidos. Una depresión no mejora, cuando no reciben apoyo de sus padres, ni herramientas de auxilio psicológico.
Pero en muchos casos los padres han buscado 1000 formas de ayudar a su hijo, que argumenta sentirse triste e incomprendido, y a pesar de los intentos por ayudarlo, su conducta sigue siendo un dolor de cabeza para la familia. Sus hijos son indiferentes ante la desesperación y el sufrimiento de sus padres: se meten en problemas con la justicia, con drogas, o escapan de casa. No los detienen las lágrimas de angustia de sus progenitores. Incluso son llevados a terapia y se dan el lujo de abortar el tratamiento y de mostrarse apáticos.
Ese tipo de personalidades no tienen depresión: lo que tienen es un egoísmo espantoso. Una soberbia sin límites. Una ausencia de empatía y sensibilidad hacia la gente que los ama. Se sienten con derecho a todo. Fueron criados, sin ponerles límites en la edad adecuada y crecieron convencidos de que ellos eran lo único importante. Sus padres les hicieron creer eso con una vida de excesos y tolerancia. Reprochan a sus padres sus errores y se creen con el derecho de crearles un infierno en la casa y en la escuela con su conducta desadaptada.
Los padres que toleran esas actitudes están esclavizados por la culpa y manipulados por sus hijos. De nada sirve una terapia cuando los padres permiten que su autoridad sea pisoteada y toleran faltas de respeto.
Con esa permisividad excesiva no ayudan a sus hijos; solo alimentan al monstruo que vive en ellos. Esos chicos no buscan curarse; lo que buscan es venganza. Lastimar a sus padres y desquitarse de ellos. Su odio y prepotencia son mayores que su tristeza. Por eso nunca “se curan”.