Cuando nos angustia la maldad reinante, el primer gran error de percepción, es creer que somos ajenos a ella. Que no tenemos nada que hacer por disminuirla. El segundo gran error, es considerar a la maldad como una condición natural inevitable. Todo acto de odio procede de heridas y abandonos anteriores. La maldad no es intrínseca. No es una fuerza con vida propia en el universo. Es tan solo una hierba gris que germina ante la ausencia del amor, ante la previa indiferencia de otros. Y también sobre eso podemos hacer mucho.
Al enfocarnos en ser parte de la solución, en automático dejamos de ser parte del problema. Porque toda circunstancia indeseada solo tiene dos condiciones: la que la genera o agrava y la que la soluciona. Y forzosamente pertenecemos a alguna de ellas.
Hay mucho por hacer en el hijo desatendido de los vecinos, por ejemplo. Dedicarle tiempo; unos minutos de charla, una invitación a comer y a jugar con la familia, pueden marcar una diferencia significativa con el correr de los años. ¿A cuántas personas que hoy hacen el mal como adultos, les pondría haber cambiado la vida si alguien les hubiera mostrado el interés y la preocupación que no tuvieron por parte de su familia?
Nadie nace siendo una mala persona. Pero tampoco un grandioso ser humano. Nos convertimos en lo uno o lo otro, dependiendo de nuestras circunstancias y decisiones. Unos minutos de diálogo o de acompañamiento con el amigo o compañero fuertemente deprimido, pueden marcar la diferencia entre seguir intentándolo y buscar la salida, o terminar con su vida de manera trágica.
Mucha gente piensa que se requieren grandes esfuerzos, enormidades de tiempo, para hacer esa diferencia en la vida de los demás. No es así. Pequeños eslabones de interés genuino, más que de esfuerzo, por ayudar a otros, pueden generar una cadena de inspiración que motive a muchos a realizar acciones similares.
El tejido necrosado se restaura a partir de la replicación de las células sanas. Exactamente el mismo principio aplica para la restauración de nuestro entorno social. No existe la gente mala de nacimiento; ellos también son el resultado de la inacción de la gente que se dice “buena”.