Platicaba con un paciente, abogado de profesión, de su visión como hombre de leyes, sobre las reformas que años atrás le quitaron al divorcio las causales jurídicas anteriormente contempladas. Ya no se necesita explicar motivo alguno a la autoridad para divorciarse; basta el deseo unilateral de no querer seguir en un vínculo formal con la pareja, para proceder. En su momento fue motivo de controversia por los distintos ángulos y aristas para entender dicha medida. La Suprema Corte decidió, después de muchas deliberaciones, que no era justo superponer la conservación de la figura de la pareja o la familia, al bienestar personal. Este se volvió el valor más importante y encima de la estructura formal del matrimonio. Las responsabilidades económicas con la pareja y los hijos se dirimen por separado; totalmente independientes de la disolución o no de la relación conyugal.
El ala conservadora de la sociedad civil, tanto de padres de familia como de profesionistas expertos en las ciencias sociales, consideró esta decisión de la Corte como un ataque al valor de la familia y la estructura del hogar fundamentado en la pareja. Se argumentó que era una invitación a desvalorizar el compromiso del vínculo matrimonial, a dibujarnos y percibirnos como entes desechables; a ver el divorcio de una manera simplista y reduccionista para huir de los problemas y desacuerdos en pareja, en lugar de promover el acercamiento y la madurez emocional. Valores como la templanza, la humildad de la autocrítica, el perdón y la consideración hacia el otro, se pueden borrar de un plumazo y zanjar las diferencias con decir “me largo de aquí y la ley me faculta para ello”. Pero también esta medida abrió la puerta para liberar de un infierno a muchas mujeres maltratadas, que no podían ante la ley, comprobar la violencia que las oprimía. Hay muchas ventajas en esa reforma. ¿No sería mejor dejar de culpar a la Ley y usar la educación emocional temprana para mejorar nuestras capacidades de elegir pareja y para entender el significado del amor? ¿Para saber que podemos poner límites ante lo que nos lastima desde antes de llegar al matrimonio? ¿Avance o retroceso? ¿Tú qué opinas?
Gabriel Rubio