El número catastrófico de muertes y las dimensiones de la destrucción a causa de los sismos en Turquía y Siria se antoja apocalíptico. Muchos ven en esto una señal del fin de los tiempos; o de mayores calamidades.
Lo medible es que la tierra lleva millones de años transformándose y hemos pagado los costos de instalarnos en sitios, que quizá no deberían estar habitados. O al menos no con nuestra tecnología de cimentación tan primitiva. El dolor de la tragedia nos sacude y enviamos ayuda inmediata a la zona siniestrada.
Los rescatistas mexicanos especializados son parte esencial del apoyo, junto a la enorme y tradicional solidaridad de nuestra gente ante las catástrofes. Desde quien puede donar millones de pesos, hasta los que desacompletan su despensa para enviar unas latas de atún, la solidaridad es nuestro sello distintivo.
¿Qué pasaría si tuviéramos el mismo nivel de iniciativa y espíritu de colaboración en la diaria faena? ¿Adónde podríamos llegar si fuéramos capaces de darnos la mano en todos los ámbitos y trincheras? Si el mismo espíritu empático y colaborador que dejamos salir en los desastres se volviera el común denominador de nuestra conducta, no seríamos este país ensangrentado y violento, no nos estaríamos matando unos con otros. Habríamos puesto los valores del amor a la vida, la colaboración, la empatía y el respeto, como base de nuestra sociedad.
No sabemos qué tanto falta para la próxima sacudida planetaria. Lo que sí tenemos que aprender, y con carácter de urgencia, es que nuestra energía y prioridades deberían ser dirigidas con mayor inteligencia. Procurarnos buenos momentos, que los malos nos llegan solos. La vida es tan corta y frágil para seguirla desperdiciando en pleitos y agresiones.
Murieron más de 12,000 personas en cuestión de horas. Y ninguna sabía que eso pasaría. ¿En qué nos estamos gastando la vida que igual mañana ya se fue? Los tiempos que son llegados son los de la conciencia de que ya debemos tratarnos mejor. Basta de sembrarnos dolor que ya bastante viene con la tragedia y el infortunio. Amemos más hoy; porque nosotros, al igual que nuestros hermanos turcos, tampoco sabemos qué pasará mañana.
Gabriel Rubio