¿Por qué tanta rabia en los estudiantes? Porque se saben no queridos. La violencia escolar y las batallas campales son el reflejo de una familia que fracasó en su tarea de darles una infancia feliz.
Fracasando ahora en hacerles vivir una juventud que debería estar enfocada en jugar, en enamorarse, en hacer amigos, en aprender cosas nuevas y en querer comerse el mundo con toda la motivación y el ímpetu de la edad.
Los padres de hijos violentos los han hecho sentir como un estorbo durante años, ya sea de forma activa a través de la violencia en la crianza, o en una forma pasiva mediante la indiferencia y falta de límites.
En este último caso, no los corrigen porque simplemente no les importan. Pero felices sabemos que no han sido. No golpearían con esa saña a nadie si no guardaran en el corazón tanta rabia.
Crecieron resentidos por la indiferencia y lejanía de sus padres; la violencia no es privativa de clases sociales: vemos escenas salvajes y vergonzosas protagonizadas tanto por estudiantes de escuelas públicas, como por alumnos del Tec de Monterrey y de la Anáhuac.
Los primeros tienen padres ocupados en sus trabajos o en borracheras del bar de la esquina. Los segundos tienen padres ocupados en sus viajes, jugando golf o emborrachándose en el bar del club campestre. Son padres que nunca estuvieron preparados para serlo.
Una tarea importante en psicoterapia con jóvenes resentidos, es dejar de esperar de sus padres un amor o interés repentino.
Si no ha llegado en 15 años no llegará nunca… Puede sonar duro, pero es la realidad.
Los jóvenes necesitan enfocarse en lo más valioso: están vivos, van a la escuela, pueden hacer amigos, cambiar su destino dejando de imitar los patrones destructivos familiares o convertirse en una repetición de lo vivido.
Esa es su mayor bendición: la capacidad de elegir.
Si a las familias fallidas le sumamos la impunidad reinante del gobierno fallido y permisivo que tenemos en México, se vuelve sencillo comprender la violencia de esta juventud tan enojada.
Nos caería bien una autoevaluación de nuestra cercanía y sensibilidad como padres; porque de una familia nacen los mejores hombres o los más retorcidos criminales.