Gran difusión tuvo en redes el video de la directora de una escuela en Colombia, prohibiendo ciertos estilos sobre el cabello y la ropa de los estudiantes, el uso de celulares, entre más detalles. Exhortó a los padres a llevarse a sus hijos si no estaban de acuerdo con las normas.
En México, iguales discusiones son el pan de cada día entre escuelas y padres de familia, con opiniones de todo tipo y largas peleas en redes sociales, con y sin argumentos. Lo verdaderamente lamentable es que la sociedad, familias y escuelas sigan perdiendo el tiempo en estos debates tan estériles, en un país que ocupa los vergonzosos últimos lugares en educación según la OCDE.
En países avanzados, los adolescentes generan dinero en el desarrollo de nuevos sistemas de software, o creando incubadoras de negocios. Mientras nuestros jóvenes promedio miran estupideces en TikTok por horas enteras.
El tipo de tecnología es prácticamente el mismo allá y aquí. La diferencia es la educación con que los preparamos para utilizarla. Los chicos en Japón desarrollan y venden exitosas aplicaciones para teléfonos móviles y tabletas. Los nuestros usan sus modernos iPhones para subir videos haciendo estupideces o sacudiendo el trasero junto a la taza del baño o en su recámara, exhibiendo además el espantoso desorden en que viven.
Los estudiantes surcoreanos al igual que sus padres son ávidos lectores; su cultura les enseña a siempre estar leyendo libros. Nosotros perdemos el tiempo en chismes de vecindad, sobre si algunas mamás van a recoger a sus hijos vestidas con microfaldas y leggins del gimnasio, o armando pleitos por cuotas escolares. Así los horizontes mentales que nos cargamos.
¿Y nos atrevemos a culpar a los chicos por su bajo rendimiento y a etiquetarlos como una generación desastrosa? Sería importante un mínimo sentido de autocrítica y asomarnos a la clase de modelos con que los estamos guiando.
Porque una cosa es segura: las bajas aspiraciones y lo estrecho de los horizontes de muchos estudiantes no son una condición de nacimiento sino un reflejo de los estilos de crianza que les estamos dando. ¿Quién necesita primero recuperar el rumbo? ¿Ellos o nosotros?
Gabriel Rubio Badillo