Llama la atención el alto índice de accidentes, como atropellos de peatones, choques automovilísticos, derrapes y atropellos a motociclistas, incluso de consecuencias fatales, en las últimas dos semanas de este diciembre que arranca.
¿Coincidencia? Por supuesto que no; cada diciembre pasa lo mismo, y los accidentes tienen el común denominador de la impulsividad y prisas, por los inicios de los festejos y reuniones.
En plena pandemia, donde muchas cosas no han vuelto a la normalidad, la frustración acumulada por casi todo un año de encierro, está empeorando las estadísticas.
Algunas personas experimentan una sensación de falso y absurdo poder al contacto con el volante y el acelerador.
Sabemos que la pandemia no ha terminado, que aun no recuperamos del todo nuestra libertad y movilidad y horarios. Pero de manera inconsciente la gente asocia diciembre con fiesta y relajación. Con excesos algunos; muchos por desgracia.
Han sido tantos meses de angustia, de miedo, de coraje, de tristeza… incluso de rabia y rebeldía contra Dios. Muy comprensible por supuesto; mucha gente perdió a varios de sus familiares y amigos.
Sin embargo, esta manera de dejar salir los impulsos bajo la dirección de un pensamiento mágico, nunca ha traído nada positivo a nuestras vidas.
Existen mecanismos alternos y sublimatorios para conducir la ansiedad y la frustración que nos agobia, sin tener que arruinarnos la vida. Hacer ejercicio a diario, aprender un idioma, actividades artísticas, meditación y yoga, y una larga lista de opciones liberadoras y seguras.
Platicar y poner atención a la familia y los amigos y no encerrarse en actividades individualistas, son pilares de la salud emocional.
Esa sensación absurda del motociclista que desafía la inercia y conduce sin casco y de manera irresponsable, es igual de catastrófica que la del automovilista acelerado y distraído que lo atropella. Reflexionemos antes de tomar el volante y de hundir el acelerador. ¿Vale la pena quedar cuadrapléjicos o enlutar a la familia por un momento de irresponsabilidad y conducta cavernícola?
Ya la vida por sí sola nos trajo mucho llanto y tristeza con la pandemia. No hacen falta más lágrimas. _