El palacio de gobierno de Tampico fue escenario de la furia de un grupo de activistas, en exigencia de leyes para las mujeres víctimas de violencia, o que han visto afectada su dignidad.
Opiniones divididas: sus detractores argumentan que el Ayuntamiento no tiene facultades para ello (una alcaldía carece de Poder Legislativo). Que debieran ir a los órganos encargados de formular las leyes. Que las pintas y destrucción, son vandalismo y que no justifica “su” indignación.
Justo eso; percibirlo como “su” indignación, (y no la “nuestra”), es la razón de la polarización de la sociedad. No nos identificamos con sus causas. Quizá porque no nos ha tocado que una mujer de nuestra familia, haya pasado por esas traumáticas experiencias o no han perdido la vida. Lamentable la apatía e indiferencia, sin ver el fondo y la historia de los movimientos de protesta. Atrás de las pintas y rotura de cristales, hay una larga cadena de impunidad del sistema de justicia y de indiferencia social… pero como no nos pasa a nosotros no lo notamos. ¿Qué tal si esto se ha convertido en la única forma en que la sociedad voltea a mirarlas? No entendemos su rabia porque han ido solas en esa lucha. Los padres, hijos y hermanos de las mujeres violentadas, han luchado solos y con amenazas y represalias.
En CdMx arrasaron con monumentos y símbolos… Es sabido que cuando un símbolo ya no representa su origen, debe ser echado abajo. ¿Drástica esa visión? Drástica es la forma en como cambia la vida de una chica violentada. Drástica la forma en cómo cambia, la vida de los padres, cuya hija amanece muerta por la ineficacia de las autoridades. Las pintas se lavan; la sangre de las mujeres muertas no se borrará nunca de los corazones de sus deudos. Urge ampliar nuestra óptica y sensibilidad.
