Padre Joyce que no está en los cielos deshilvanó a Homero para escribir Ulises, publicado hace cien años, y llevar el género de la novela a un límite máximo, después del cual sólo existirá el hermético e inaccesible supra sentido de su obra última, aquel fascinante agujero negro de Finnegan´s Wake. La crítica literaria quedó pasmada ante la primera novela del escritor irlandés, Retrato del artista adolescente (“Es muy difícil saber qué decir ante este nuevo libro del Sr. Joyce”; “Entendemos que el Sr. Joyce aprovecharía mejor sus aptitudes si se dedicara a escribir tratados sobre cloacas”). Enmudeció sin remedio frente al Ulises y con la última obra inclasificable se atragantó. Sólo el poeta Ezra Pound abrió la boca: “Joyce es un escritor, malditos sean vuestros ojos. Joyce es un escritor, les digo, etc. etc”. Se dirigía a los enjuiciadores profesionales cuyas pifias son notables en la historia de la literatura, y a sus tareas ancilares, subordinadas parasitariamente a la obra ajena sin la cual ellos no existirían. Quienes no saben crear, afirma la sentencia latina, son los que siempre rechazarán.
Un día en Zurich, mientras estaba escribiendo el Ulises, Joyce se encontró con su amigo Frank Budgen. Éste lo vio muy satisfecho y así se lo comentó, sorprendido de no encontrarlo entregado como siempreal sagrado descontento que el escritor solía cultivar. Platicaron de la novela y sus avances. Joyce confesó que aquel era un día feliz pues había logrado dos oraciones. “¡Por Dios¡ ¿Dos oraciones? ¿Buscabas las palabras justas?”, exclamó Budgen. “No. Las palabras ya las tengo. Estoy buscando el orden perfecto de su acomodo y creo que lo conseguí”, respondió Joyce.
“La rosa es sin por qué, florece porque florece, no tiene preocupación por sí misma, no desea ser vista”, escribiría Silesius. Lo mismo debiera decirse del Ulises: essin por qué, aunque tenga un para qué.
Fernando Solana Olivares