Cultura

'Via Corporis': vía suprema

Discurso sensible perfecto. Tal definición de la poesía, un todo elusivo y axiomático que paradójicamente solo se encuentra donde está y del cual no puede decirse por qué es, sino solamente —poco y tanto— que es, acaso represente una manera ancilar de usar palabras para referirse a otras palabras, ellas sí superiores por consumada simetría, que integran un canto lírico, tan sabiamente conmovedor como terso y estrujante, tan hermético y cristalino como complejo y simple, de la más alta poesía contemporánea en lengua española: Via Corporis de Pura López Colomé (FCE, 2016), una obra quita-aliento realizada a partir de las evocantes pinturas sobre radiografías realizadas por Guillermo Arreola.

Camino del cuerpo, sendero y aún modo o forma de hacer algo, Via Corporis proviene de aquel dictum que nombra los orígenes sin origen de la poesía, forma más antigua que el lenguaje en prosa y representación primigenia de lo verdadero, un saber donde lo universal no separa su experiencia de lo particular. No en vano la tradición afirma que Adán y Eva hablaban poéticamente en el Paraíso, lugar intacto en el que la conciencia estaba in-corporada, radicando en lo somático y completa porque no salía de sí. Cuerpo/mente, cuerpo/mónada, cuerpo/circunferente, cuerpo/espíritu.

Treinta y cinco partes componen este cosmos, un canto donde la poeta concluye lo que muchos años atrás comenzó como todo arte verdadero comienza: inevitable. Desde El sueño del cazador (1985), Pura fue oficiante del lenguaje, extrema fatalidad de riesgos tan grandes como sus alcances, y se mostró deslumbrante y herida por el dios que hiere a sus devotos, los poetas. Si en todo comienzo está el final y en la primera letra se asoma el atisbo de la última, en aquel libro primero fueron mostrados ya sus temas esenciales: el cuerpo, la memoria, la infancia perdida y vuelta a ver mediante la visión poética, las interrogantes íntimas, la muerte temprana e incomprensible, la distancia súbita en el destino propio, el dolor y la revelación que trae consigo, la incandescencia del vivir, la soledad en llamas de la inteligencia, la perplejidad de la niña frente a un mundo en el cual apenas quedan rescoldos del Paraíso. Y la gnosis, escalera para alcanzar el cielo: la poesía.

“Te quebré desde temprana hora. Lástima. Habría sido mejor que resistieras mis embestidas sin espiritualidad alguna. Inventé un accidente, una prueba así, al azar. Súbete al columpio (te seduje) y vas a volar (te convencí), te lo prometo (te mentí). Te lancé por los aires. Te grité que te soltaras. Me hiciste caso. Siempre tan obediente”.

Este fragmento ilustra el tono próximo y hasta coloquial —magistral engaño— de Via Corporis. Un diálogo con un otro (u otra) en vibrante polifonía: el texto mismo, a la poeta que se le revela mediante la magia del lenguaje (toda nigromancia sucede en un acto de imaginación), las obras plásticas que ella contempla y trastoca, el presente del pasado que la visita y los recuerdos, invocaciones y remembranzas que trae consigo, el espejo de la memoria o un desdoblamiento de la autora, de los tantos seres en su interior/exterior, y entonces una senda hacia el Ser. ¿La vía suprema, el punto de encuentro de todo ello? El cuerpo, que desplaza al tiempo pues ayer es hoy y mañana ya está aquí. Y el lector mismo, quien al leer recibe el viático de un privilegio.

“Parece que hoy estoy escribiendo un testamento / al fondo de poderosos actos, / con los lagrimales tapados por la sal, / la mala suerte de no haber sido nada, / mientras la tormenta y sus espectros / azotan a los incrédulos”.

Mano cerrada, mano abierta. Pura López Colomé mira el mundo y lo escribe como videncia, como e-videncia de los muchos mundos que constan en él y habitan en ella. La Sibila era una poeta, esta poeta es una sibila de sí misma y en sus oráculos sin concesiones (lenguaje cargado de sentido a su máxima capacidad, ni adornos o sobrantes o caídas sentimentales, incluso velado para lograr lo evocable) estamos todos, todo. Desde el cuerpo, con el cuerpo, para ese cuerpo que contiene una totalidad.

“Ya no se abren esos ojos / que me miran como nunca; / esos que llaman / “ventanas del alma” / y me llaman; / que ofrecen certidumbre, / confianza, juran / conducirme a buen puerto, / llevarme de la mano / sin mano”.

Estas líneas últimas de Via Corporis concluyen un libro extraordinario. Entre tantas lecciones que Pura me ha dado a lo largo de cuarenta años está aquella advertencia de su maestro Basho: los adjetivos de magnitud conducen a la infelicidad porque son inexactos. Suele acontecer, de tanto en tanto, que no es así, como ahora cuando ante una obra de arte quita-aliento uno debe inclinarse porque es digna de reverencia y consideración agradecida.

Y quizá decir: tautología. ¿Para qué palabras ante un manantial donde germinan las palabras? Mejor disolverse en él, leerlo en sagrado silencio. Sobra el lenguaje para hablar del lenguaje. Cierro Via Corporis. Comienzo Via Corporis.

'Vía Corporis', de Pura López Colomé.
'Vía Corporis', de Pura López Colomé.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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