Cultura

Año bisiesto

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In memoriam Ignacio Toscano

A saber de dónde venga la imagen, pero su comparación es acertada. El momento actual presenta el mismo problema de una estación de trenes en la cual hay que cambiar las vías sin interrumpir el paso de los convoyes. La época es compleja y todo está desatado. Lo complejo es aquello que está compuesto de muchas cosas. ¿Por dónde se debe empezar? ¿Hay una jerarquía de aflicciones para decir cuál de ellas debe atenderse primero y cuál después?

Una imagen indecorosa utilizada por Peter Sloterdijk para ilustrar esta época es la de un moderno trasatlántico que surca un mar de ahogados mientras a bordo se suceden angustiosas conferencias sobre el crispante estado de las cosas y las acciones de lo posible.

Observando el punto de vista de que todo tiene que ver con todo, este año bisiesto de 366 días se originó en el año 46 a.C., cuando Julio César pidió al astrónomo Sosígenes de Alejandría que mezclara el calendario egipcio con el romano para corregir un desfase de tiempo acumulado al paso de los años y reiniciarlo en una nueva forma de contar.

Tal ajuste llevó a que aquel año tuviera 445 días y no los 365 habituales. Se le conoció como el Año de la Confusión, un periodo extraño sobre el cual varios autores antiguos escribieron. La palabra bisiesto (literalmente, dos veces sexto) contiene también el sentido de variar de lenguaje o de conducta.

En un sistema de signos conectados, esa variación además alude a la carencia de tiempo para postergar el último intento en lograr que de aquí al 2030 se reduzcan a la mitad las emisiones de combustibles fósiles, cincuenta por ciento de las cuales han sido emitidas en las últimas tres décadas. Variar de lenguaje, consumo y conducta.

No hay tiempo, como no hay tampoco voluntad política de los estados nacionales, pues están abducidos por la suicida voracidad de los intereses económicos. La COP25 sancionó un perverso mal acuerdo de soluciones cosméticas a los graves problemas ambientales, y las potencias mayormente contaminantes —EU, China y Rusia— volvieron a ignorar los intereses comunes de la sobrevivencia planetaria.

La disonancia cognitiva de las clases políticas sobre la emergencia ambiental abarca desde las atrocidades de Bolsonaro al abrir la Amazonia a la explotación (900 mil hectáreas incendiadas), hasta el inepto negacionismo del primer ministro australiano sobre el cambio climático todavía pocos meses antes del reciente incendio de 5 millones de hectáreas forestales en Gales del Sur y Queensland. México no es la excepción: este régimen construye refinerías, entrega sus recursos mineros y eólicos a trasnacionales contaminantes y no entiende que la ecología es un problema de seguridad nacional, una parte estructural de la agenda política que debiera seguirse para la transformación (o meramente la permanencia) nacional.

En tal medida, la sociedad está sola ante este reto desorbitado, y los individuos solo cuentan con su entorno para actuar a una escala colectiva y sus redes sociales para organizar tales acciones. Desde hace años se conocen sistemas de pensamiento que podrían modificar la conciencia humana. Una de ellos se conoce como Pasos para una ecología de la mente, y su autor, el científico social Gregory Bateson, sintetiza la secuencia a cumplir.

Uno. Comprender que el yo y sus propósitos conscientes son nada más una pequeña parte de la vida de la persona. Dos. Rectificar una relación incompleta con el lenguaje, el cual primariamente debe ser orientativo (referirse a las cosas concretas, a lo que sucede), y solo secundariamente debe ser descriptivo (trasmitir opiniones, subjetividades, sentimientos). Tres. Rectificar el viejo error del siglo XIX que se esforzó en la biología y la filosofía por desembarazar al cuerpo de la mente y descarnar a la mente. Cuatro. Integrar el intelecto y la emoción. (“El pensamiento sin afecto hace una distinción entre amor y sabiduría, así como entre cuerpo y espíritu”, William Blake). Cinco. Poner en acento no en el conocimiento sino en el conocer, es decir, en el proceso y no en sus resultados. Seis. Comprender que nuestra pérdida del sentido de la unidad es un craso error de conocimiento.

La ecología de la mente consiste en una economía de flexibilidad, es parte de un mundo viviente que recupera un sentido de unidad con la biosfera y con la humanidad toda. “Unificar y, por lo tanto, santificar”, proponía el antropólogo y lingüista Bateson. No un “conocer acerca de”, sino experimentar empatía (“conocer encarnadamente”) hacia otras criaturas y procesos humanos, biológicos y ecológicos, sino experimentar una poderosa humildad a través de la comprensión ampliada de uno mismo. Así se integran muchas partes y niveles mentales. Surge un nuevo sentido de responsabilidad cuando se acepta que la persona es una entidad unificada.

El dualismo mente/cuerpo no es solamente una cuestión de conocimiento falso sino de ética: de integridad, o sea, de la integración de todos los aspectos de uno mismo y de su experiencia para habitar el mundo. Sobre todo éste, tan tribuladoramente dificultoso. Y por eso excepcional. Hay en él un primer paso: simplificar.

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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