Cultura

Venus tras los huesos de obsidiana (2)

  • 30-30
  • Venus tras los huesos de obsidiana (2)
  • Fernando Fabio Sánchez

Cuando Quetzalcóatl le pidió a Mictlantecuhtli los huesos de la humanidad para revivir la especie, debía superar una prueba.

El señor del Mictlán le dijo que tocara un caracol.

 Al examinarlo, Quetzalcóatl notó que el instrumento no tenía orificios y el aire no podía hacerlo sonar, tal como leímos la semana pasada.

¿Cómo superaría este obstáculo el dios del viento, la sabiduría y la regeneración?

Al encontrarse en el inframundo, pensó en lo más obvio. Pidió a los gusanos que horadaran el caracol. Luego, llamó a las abejas para que zumbaran dentro.

Mictlantecuhtli oyó el sonido y, sin ninguna emoción, dijo:

—Está bien, toma los huesos.

Pero, más tarde, al ver que Quetzalcóatl ascendía a la superficie con los restos, cambió de parecer. De inmediato, ordenó a sus mensajeros los Mictecas:

—Vayan por él y hagan que regrese los huesos que ha tomado.

Cuando ellos lo alcanzaron, Quetzalcóatl pretendió acatar la orden, pero, en secreto, decidió no obedecer. “Me los llevo para siempre”, se dijo.

Astuto, le ordenó a su nahual (su doble espiritual o gemelo, que algunas tradiciones identifican como Xólotl) que mintiera a Mictlantecuhtli. Así lo hizo y llegó diciendo a gritos:

—¡Vendré a dejar los huesos!

Luego, regresó con Quetzalcóatl y vio que, a un lado, estaban los huesos de hombre y, al otro, los de mujer. 

Su gemelo los había atado y ahora los llevaba consigo al mundo de los vivos.

Pero al darse cuenta el dios del inframundo que Quetzalcóatl lo había engañado y que, en ese instante, se escapaba con los huesos tan valiosos, ideó un último plan. 

Le ordenó a los Mictecas que cavaran una trampa en el camino a la superficie.

Los sirvientes hicieron un hoyo, y Quetzalcóatl, sobresaltado por el vuelo de una parvada de codornices, tropezó y cayó muerto al fondo. 

Los huesos que abrazaba se despeñaron, estrellándose en el suelo. Allí quedaron rotos, desperdigados, mientras las codornices los mordían y roían con sus voraces picos.

Pero Quetzalcóatl resucitó al poco tiempo y, con la voz quebrada por el llanto, expresó:

— ¿Cómo ha sucedido esto, nahual mío?

Y él le respondió:

—¡Como debía ser! Los huesos están rotos. Y para colmo, llovió.

Quetzalcóatl juntó los huesos esparcidos y, hechos un atado, se los llevó inmediatamente a Tamoanchan, el origen de los dioses.

Allí Cihuacóhuatl, la divina Mujer Serpiente, realizó un ritual sagrado: trituró los huesos como granos de maíz y luego echó el polvo a una vasija muy valiosa.

Sobre el lebrillo, Quetzalcóatl hizo sangrar su miembro, impregnando con su sangre el polvo de los hombres y mujeres de la antigüedad. 

Y enseguida, Apanteuctli, Huictlolinqui, Tepanquizqui, Tlallamánac, Tzontémoc y, por supuesto, Quetzalcóatl hicieron penitencia.

Al terminar, elevaron su palabra al cielo.

—Ha nacido la humanidad, los vasallos de los dioses.

Así Quetzalcóatl llevó a cabo la misión de dar origen a una nueva humanidad con la vida de su sangre y los huesos de obsidiana del Mictlán.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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