Cultura

Faetón, el hijo del sol (3): zarpa al cielo

  • 30-30
  • Faetón, el hijo del sol (3): zarpa al cielo
  • Fernando Fabio Sánchez

¿Qué deseos o pasiones se alojaban en el alma del joven Faetón? 

Es posible que, además de confirmar su naturaleza divina, quisiera deleitarse en la posibilidad del poder. 

Tal como leímos la semana pasada, el hijo del Sol vio con asombro el carro de fuego, listo para tomar el control.

Si al menos puedo darte un consejo, dijo Helios a su hijo, no uses el látigo y jala las riendas con fuerza. 

Los caballos son muy veloces. Tu trabajo será dirigir un equipo con demasiado espíritu.

No vayas a cualquier lugar de las cinco regiones del cielo. 

El sendero es una curva oblicua, confinado a las tres zonas centrales, y elude el Polo Sur y el Oso de estrellas iluminado con los vientos del norte. 

Ese es tu camino. Verás los rastros de mis huellas. 

Y así el cielo y la tierra recibirá la misma cantidad de calor.

No corras muy bajo ni dejes que los caballos salgan en estampida hacia el éter. 

Si vas muy alto, quemarás el techo del cielo, y si vas muy bajo, tostarás la tierra. 

El camino medio es el más seguro.

No vires hacia la derecha rumbo a la Serpiente enroscada ni andes hacia el Altar en el horizonte. Permanece entre los dos. Lo demás lo dejo a la Fortuna. 

Le rogaré a ella para que te ayude y te guíe mejor de lo que haría tu conciencia.

Y mientras hemos estado hablando, la Noche cubierta de rocío ha tocado la costa del poniente. Hemos sido ya citados y no podemos dilatarnos más. 

La brillante Aurora ha hecho ya que huyan todas las sombras.

Coge las riendas, aunque todavía puedes cambiar de parecer y tomar mi consejo en vez del carro. 

Y mientras aún estás en tierra firme y no has subido al coche que tan neciamente quieres, bien podrías disfrutar de la luz del día sin correr ningún riesgo.

Eso dijo Helios, el Sol.

Pero no sirvió de nada, pues Faetón se hallaba erguido ya en el majestuoso carro, y con una alegría delirante sujetaba las riendas, agradecido con su padre por la oportunidad.

Y ahora Pirois (Igneo), Éoo (Amanecer) y Aetón (Resplandeciente), los caballos más veloces, y Flegonte (Ardiente), el cuarto, llenaron el aire con fuego en el instante en que arrancaron con un gran relincho y empujaron la puerta del potrero con sus pezuñas.

Tetis, quien no sabía nada sobre el hado de su nieto, abrió las puertas hacia el cielo infinito y los caballos cabalgaron, chasqueando sus patas en el aire.

Partieron las nubes en la senda de su trote y, elevados por sus alas, superaron el Viento del este, que se había intensificado en el mismo cuadrante.

¿Qué pasará en la dorada ruta del Sol cuando el hijo, y no el padre, conduzca el carro del fuego? ¿Qué lecciones aprenderá Faetón en la prisa de su inmadurez y el resplandor de sus jóvenes ideas?

*Traducción y selección personal de “Metamorphoses”: Ovidio (Hackett; trad. Stanley Lombardo).


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