Política

Nacionalismo, negociación y vasallaje

El mundo liberal de la posguerra ha muerto. La arquitectura que permitió la paz entre las naciones colapsa frente a nosotros. El multilateralismo, la negociación, la resolución pacífica de las controversias o el comercio ya no son el espíritu de los tiempos. O cómo escribió el teólogo americano Russell Ronald Reno III: vivimos la época del regreso de los dioses fuertes (the return of the strong gods). Este es el mundo que Vladimir Putin soñó y que Donald Trump está pariendo definitivamente. El mundo en donde el fuerte se impone al débil. La negociación es sustituida por la imposición. La cooperación por las amenazas. La diplomacia por la opresión. El respeto por el vasallaje.

Como reflexiona el periodista e intelectual Fareed Zakaria, el mundo de Trump es el de los imperios del siglo XIX. Por ello su obsesión por conquistar más tierra. Por ello la terquedad sobre anexionar a Groenlandia, Panamá o Canadá. Cuando Trump se refiere a “grande (great again)” no sólo es en economía o poderío político, también piensa en lo territorial. Y, para lograrlo, Trump necesite echar atrás el reloj y empujarnos al mundo del nacionalismo. La nación como el principal motor de la identidad política. No es el pueblo ni la ciudadanía, sino la nación la que vertebra al movimiento MAGA que acompaña las locuras de Trump. Y es JD. Vance y Steve Bannon sus ideólogos y estrategas.

Frente a ese nacionalismo ario, excluyente y racista… hay dos formas de enfrentarse. O con más nacionalismo. Eso suele ser la respuesta más fácil y popular. Envolverse en la bandera siempre es políticamente rentable. O, por el contrario, apostar por el multilateralismo, la cooperación y la racionalidad.

El nacionalismo es un instinto natural en las sociedades. Es normal que sintamos más apego por aquello que está cerca de nosotros, con quien compartimos lengua y tradiciones. El sentido de pertenencia hacia una parcialidad nacional es innato. Lo que no es moralmente aceptable es el nacionalismo que considera que una raza o un país es superior. El nacionalismo fincado en la raza, el color de piel y la procedencia es el cáncer que aniquiló a millones de personas en el siglo XX.

Existe otra mirada nacionalista o patriótica que es más saludable. La pertenencia a una comunidad no por sus rasgos identitarios, su color de piel o su lengua, sino por sus principios, valores y compromiso cívico. Nacionalismo cívico lo llaman algunos intelectuales. Patriotismo constitucional lo llaman otros. Se puede ser parte de una comunidad, sentir orgullo por ella, sin creer que se es superior intelectual o socialmente a otro grupo de personas.

El problema es que, frente a la amenaza de Donald Trump, Sheinbaum ha optado por el nacionalismo mexicano histórico. Ese nacionalismo que nace del victimismo y el resentimiento. El mitin del domingo en el Zócalo es espejo de la manera en que Sheinbaum quiere jugar con los instintos nacionalistas del pueblo mexicano. “Como anillo al dedo”, dijo López Obrador que le cayó la pandemia. Pues, de la misma manera le cayó Trump a Sheinbaum: como anillo al dedo. Envolviéndose en la bandera, la presidenta puede tapar la ola de violencia en el país, el estancamiento económico, la debilidad de las finanzas públicas, su falta de control político sobre Morena o la carencia de resultados en el combate contra la corrupción.

Mientras exista un Trump en Washington, el Gobierno de México puede estar tranquilo. Siempre estará el extraño enemigo. Si la oposición crítica, es mezquina. Si los medios fiscalizan, son traidores. El nacionalismo es un arma fundamental para consolidar un régimen autoritario. No existe sistema autoritario que no dote de autoridad moral a una religión, a una nación o a una idea. Hasta el totalitarismo más salvaje como el norcoreano se sustenta supuestamente en una doctrina moral (el Juchismo).

La unidad sin diversidad es una trampa. Sheinbaum ha optado por explotar políticamente la crisis diplomática con Estados Unidos. Con ello, alimenta a la bestia nacionalista que pervive en Morena –los sectores más dogmáticos– y desarma cualquier señalamiento a su Gobierno. Lo cierto es que hasta ahora, Trump ha logrado todo lo que ha querido con México. Incluso que nuestro país se plantee elevar las restricciones a productos chinos. En una de esas, salvamos algunos aranceles. Sin embargo, todo ello a costa de ser un estado vasallo. Un estado que sigue instrucciones. Extrañamente eso no parece estorbarle al Gobierno y a sus propagandistas. Están encantados y enamorados viendo que la presidenta es muy popular. Vaya mirada más miope.


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Enrique Toussaint
  • Enrique Toussaint
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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