
Primera lección: la baja participación favorece a Morena. Históricamente, la desmovilización favorecía al PRI. Al ser el partido hegemónico y más asentado en el territorio, el voto duro priista le permitía ganar elecciones poco concurridas. Sin embargo, Morena se ha devorado al tricolor. Hay una sustitución casi perfecta. Ahora, el voto duro más importante (30-34% a nivel nacional) pertenece al partido de López Obrador.
Segunda lección: la oposición sólo puede competir si logra movilizar a las clases medias urbanas. Revise usted a profundidad los datos electorales del Estado de México. Morena arrasó en zonas de la entidad con baja participación; Va Por México fue más competitivo en lugares con altas tasas de asistencia a las urnas. La participación cayó 4 puntos si la comparamos con 2017. Los datos nos dejan claro que la oposición a nivel nacional sólo puede ganar si la participación ciudadana supera el 60% en 2024. López Obrador ganó con una participación histórica: 63%. No obstante, los intereses electorales han cambiado. En 2018, Morena tenía poco voto clientelar y estructuras territoriales. Hoy gobierna -estatalmente- a dos de cada tres electores. A Morena le interesa baja participación.
Tercera lección: Va por México no es muy atractiva, pero es la única fórmula competidora. A todos nos rechina ver al PRI y al PAN en coalición. Tampoco nos emocionan sus liderazgos nacionales -Marko Cortés y Alejandro Moreno-, sin embargo, no hay ninguna otro camino para la oposición. Tampoco emocionan sus posibles candidatos, pero una elección polarizada es la única fórmula para frenar a Morena. Ojalá que la oposición entienda que a diferencia del dedazo obradorista, maquillado de encuesta, es posible hacer un proceso abierto a la ciudadanía. Un candidato que emerja de unas primarias nacionales tendría mayor legitimidad que un mero arreglo cupular entre partidos.
Cuarta lección: la marca Morena es muy potente. Me cuesta entender que los habitantes del Estado de México crean que Delfina Gómez es una persona capacitada para enfrentar y resolver los problemas que viven los mexiquenses. Lo que me queda claro es que las bases morenistas votan pensando en que el estado será gobernado por López Obrador y que los programas sociales serán un eje troncal de la administración pública. El imán de López Obrador sigue siendo relevante, aunque le quede menos de un cuarto de sexenio. Un pato nada cojo.
Quinta lección: la realidad cada día es menos importante. Alguna vez Donald Trump dijo que podría matar a alguien a media calle y que no perdería ni un sólo voto. La política es identidad. Y los bloques están muy marcados: con el presidente o contra el presidente. Es un plebiscito que inunda la política nacional, pero también la local. El voto que anhela una tercera opción se mueve por debajo del doble dígito. Me llama la atención que haya roto la hegemonía priista en el Estado de México, una mujer que está sentenciada por corrupción. Una corrupta desalojando del poder al Grupo Atlacomulco, que simboliza la corrupción hecha sistema. Tal vez, a los ciudadanos les interesa menos la corrupción de lo que solemos pregonar. Identidad mata realidad.
Sexta lección: aguas con las encuestas. Según Leonardo Zuckermann, la mayoría de las encuestas erraron en la elección mexiquense. Sobredimensionaron el voto de Morena y generaron un efecto de desmovilización en el electorado de Va por México. Las encuestas son instrumentos útiles, pero si se usan adecuadamente. A mí me pareció -como con Peña Nieto en el pasado- una estrategia deliberada para enviar un mensaje de que la elección estaba decidida. ¿Para qué sales a votar? Todo está decidido. La caída en la participación podría estar relacionada con este hecho.
Séptima lección: importa la implicación del inquilino. En una democracia endeble y con altos niveles de clientelismo y corporativismo, sigue importando qué tanto se implican los gobernadores en la defensa de su plazo o si, de plano, entregan el estado a cambio de alguna retirada diplomática o impunidad. Alfredo del Mazo entregó la plaza. No activó la poderosa maquinaria de un partido que llevaba más de 90 años enquistado en las instituciones mexiquenses.
Octava lección: nada es inevitable. Falta un año para las elecciones. Ningún dato arroja que Morena deba ganar por decreto. Otra cosa es que comience una campaña para decir que “no hay partido”. Que Morena gana por goleada y en el primer tiempo. López Obrador llegó al techo electoral de Morena: 53%. Sheinbaum no podría repetir esa coalición de electores. Aunque haya contratado al asesor Antoni Gutiérrez Rubí para suavizar su imagen entre los electorados más conservadores. Sheinbaum no es López Obrador y su tirón electoral es incomparable. Una elección a dos polos puede poner en muchas dificultades al partido de Gobierno. Aunque las encuestas nos van a decir un día sí y el otro también, que no hay nada que hacer. El mensaje será como con Peña Nieto: no participes.
En la historia electoral reciente, el Estado de México no era un laboratorio. Era más parecido a una excepción (1999, 2005 y 2017). Sólo en 2011 fue un preludio de lo que podría pasar en la Presidencia. Ahora sí es una foto más similar a lo que puede suceder, a la fotografía del México contemporáneo. El oficialismo en ventaja, una oposición que a pesar de los pesares compite, una elección polarizada y una distancia entre bloques que no se moverá más allá de un dígito. Todo esto si la oposición va unida. El Estado de México es un aviso a navegantes a un año de la elección.