Las redes sociales pudieron ser una especie de nuevo ágora democrático. Un espacio en donde todos podemos opinar y no hay más censura que aquella que mandata la ley. Las redes sociales como mecanismo de libertad frente a la cooptación de medios de comunicación o el gran negocio de la información. No obstante, hoy podemos decir que dicha ilusión se ha venido convirtiendo en una gran decepción. Más que alimentar la pluralidad, las redes propician espacios cerrados, autoafirmativos y mucho, pero mucho fanatismo. No son el paraíso democrático que prometían.
De la misma forma, el marketing y la comunicación digital empujan a superar los límites del respeto y la ética con tal de alcanzar visibilidad. Puede haber extraordinarios textos críticos ante las posturas de los antivacunas, pero lo que se vuelve viral es un video repleto de insultos. O los Tik-Tok en donde los políticos muestran a sus mascotas, o la frivolidad que les pase por la cabeza con tal de no hablar de los problemas del país y cómo resolverlos. La era del marketing digital incentiva la vacuidad y la banalidad. No todos caen en ese juego, pero muchos labran su trayectoria a través de polémicas en redes sociales que les supone conocimiento público. Que se hable de ti.
Samuel García y Mariana Rodríguez es la pareja modelo de este tipo de comunicación. Cada vez que doy conferencias a estudiantes universitarios siempre salen sus nombres. Hay quien le caen bien y hay a quien no le caen. No obstante, todos los conocen y siguen su vida privada y política. Sus polémicas son ampliamente conocidas, desde el ataque machista de García, porque su esposa mostraba la pierna, hasta las “insoportables desmañanadas” del hoy gobernador para acompañar a su padre a jugar golf. No dudo que García tenga estas ideas, pero tampoco tengo dudas que todo entra en una estrategia de marketing en donde se valora más este tipo de escándalos efímeros que una apuesta por concebir a la política como palanca de transformación en nuestras sociedades.
La adopción exprés de la pareja neoleonesa es la gota que derrama el vaso. Es la banalización ya no de sus carreras políticas, sino de un bebé que fue exhibido como juguete de ocasión. Su rostro está en todos lados, lo que viola las leyes de protección de menores. No dudo que García y Rodríguez estén contentos por el éxito mediático de su abuso. No obstante, superaron cualquier límite ético. La utilización política de un bebé es un acto cruel. Es la cosificación de una vida en situación de vulnerabilidad. Ya sean ellos o su equipo de asesores, ¿Pensaron en el daño futuro que le causaron al bebé? ¿Les importó? ¿O pesó más la rentabilidad política de mostrarse como un matrimonio amoroso de ocasión?
Hay quien defiende en particular a Mariana Rodríguez por su influencia en redes sociales. El argumento es que acciones de este tipo pueden incentivar la adopción. Una especie de modelo a seguir. A mí me parece justo lo contrario. La utilización mediática de niños vulnerables supone crear una idea de que son “desechables”, un pasatiempo que se puede permitir un matrimonio rico y poderoso. Lo que necesitan esos niños son políticas públicas ambiciosas de las autoridades para encontrarles un hogar que les dé amor. Que se comprometan con ellas y ellos durante su vida. No necesitan una telenovela en tiempo real que profundiza su condición de víctimas.
La política convertida en reality show es un anzuelo de una parte de la clase política para captar a segmentos despolitizados de la sociedad. Es indignante ver las respuestas en el Instagram del gobernador de Nuevo León. Centenares de “fans” maravillados con el político con su camisa de Tigres jugando con el bebé. Les fascina su carita feliz y que también lleva la camisa de los Tigres. Eso me lleva a pensar que la degradación va más allá de la utilización política de la infancia, sino la aceptación de sectores de la sociedad que no se paran a pensar el daño irreparable que están aplaudiendo. No dudo que muchos de estos vean impensable que una pareja homoparental adopte, pero les parece maravilloso que un gobernador adopte temporalmente y enriquezca su acervo de selfies.
He leído comentarios de gente que respeto alertando sobre la sobrevaloración mediática que ha tenido este caso. Básicamente su argumento es que no causa la misma indignación los asesinatos de niños o bebés abandonados. Puede ser que tengan razón. Incluso coincido con ellos que hay mucha hipocresía cuando se habla de la infancia, sobre todo la más temprana, en el debate político. Cada quien utiliza a los niños como quiere, ya sea para ir contra la extensión de libertades o para justificar sus prejuicios. Lo más grave es el daño al menor, pero hay una dimensión ético-política que no debemos soslayar.
Las fronteras éticas de un político dicen todo sobre él. Qué cosas está dispuesto a hacer un político para mantenerse e incluso aumentar su poder. Cuáles son sus límites. Qué imperativos éticos marcan su actuar. En una época de hipercomunicación, dichas fronteras deben ser aún más gruesas. No todo se vale y eso va más allá de la ley. La política y la comunicación siempre deben estar acompañadas de un compromiso con los derechos humanos y los valores democráticos. En su momento, Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera cruzaron todos los límites con tal de alcanzar Palacio Nacional. Los grandes medios de comunicación contaron la historia del guapo presidente que alcanzaba el poder de la mano de una actriz popular. La realidad cayó por su propio peso y Peña Nieto es el expresidente más repudiado desde Carlos Salinas. En una época distinta, Samuel García y Mariana Rodríguez apuestan por una estrategia que cuenta más o menos la misma historia. Vender un matrimonio aspiracional a través de polémicas. Ya no son los tiempos de hegemonía de los grandes medios de comunicación, pero sí los tiempos de los influencers. Ahí está el presidente del Salvador Nayib Bukele. Un dictador de la era digital. Un país desesperado por la violencia le ha tolerado todo a este neoautócrata. La adopción infame de García y Rodríguez dice mucho de su falta de escrúpulos.
Enrique Toussaint