Luis Morales
Los ridículos argumentos que el presidente de la República y su brazo derecho, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, han esgrimido para explicar la pérdida de la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y la derrota de Morena en nueve alcaldías de la capital, confirman que el despecho y la soberbia les han nublado el entendimiento. AMLO atribuye esos descalabros (sin llamarlos así, por supuesto) al bombardeo informativo de sus adversarios, que según él aturde a muchos votantes, y Claudia Sheinbaum a una campaña de desprestigio en contra de Morena, es decir, ambos tachan de imbéciles a los ciudadanos que les dieron la espalda. En las alcaldías que perdieron vive la gente mejor informada y con el nivel educativo más alto del país. A partir de 1997, muchos de esos aturdidos habían convertido a la Ciudad de México en un bastión electoral de la izquierda y en 2018 votaron a favor de Morena. ¿Desde entonces eran borregos o súbitamente cayeron en un garlito mediático? ¿Millones de votantes engañados por Loret de Mola renunciaron de pronto a sus ideales de libertad y justicia social? ¿No habrán percibido, más bien, que el presidente y sus genuflexos cortesanos dieron un viraje hacia la derecha?
Los dictadores de repúblicas bananeras retratados en las novelas de Carpentier, Asturias, Roa Bastos y García Márquez erigían sus caprichos en leyes y dilapidaban el dinero del erario en obras faraónicas que hundían al pueblo en la miseria. Durante la pandemia, López Obrador se esmeró por imitarlos. Durante las amargas fiestas decembrinas, cuando miles de personas hacían largas colas o pagaban fortunas para comprar tanques de oxígeno, porque sus familiares enfermos ya no eran admitidos en los hospitales públicos ni en los privados, el presidente viajaba con frecuencia al sureste de México a supervisar las obras del Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, ufanándose de que las partidas presupuestales destinadas a esos proyectos no habían sufrido merma alguna pese a la emergencia nacional. Cuauhtémoc Cárdenas le aconsejó públicamente que suspendiera esas obras para destinar mayores fondos a la atención de los enfermos, pero ¿quién puede infundir escrúpulos a un megalómano? En buena medida, la espeluznante cifra de muertos por covid (más de 600 mil, según la Universidad de Washington) es consecuencia de su obstinación patológica.
En las pasadas elecciones, la ciudanía le cobró muchas otras facturas al populismo retrógrado (el encubrimiento de Peña Nieto, la militarización del país, la negligencia criminal en la línea 12 del metro, por ejemplo), pero me limitaré a señalar un berrinche autoritario que ubicó a Morena en la extrema derecha del espectro político: la amenaza de violar la autonomía del INE y adscribirlo a la Secretaría de Gobernación, reiterada por el presidente en varias conferencias marraneras. Su marioneta Mario Delgado fue más enfático aún: prometió “exterminar” al instituto. El presidente ha repetido ad nauseam que la democracia mexicana nació en 2018, cuando él llegó a la presidencia. Pero al parecer, muchos de sus antiguos simpatizantes recuerdan que antes de 1997, cuando se derrumbó la dictadura del partidazo, ningún partido opositor tuvo nunca la menor oportunidad de llegar al poder. La intención de restaurar el viejo sistema electoral controlado por Gobernación le puso los pelos de punta a un amplio sector de la ciudadanía que no quiere volver al pasado.
Se supone que los derechos laborales son sagrados para cualquier gobierno igualitario. Pero al menos en dos casos, la actual administración pisoteó a los trabajadores: cuando relegó al personal de los hospitales privados en la campaña de vacunación (muchos médicos y enfermeras todavía no están vacunados) y cuando el Conacyt castigó sin motivo a 1600 investigadores de universidades privadas, retirándoles de golpe los estímulos económicos. Los perjudicados por ambas medidas no fueron los dueños de hospitales ni los patronatos de las universidades particulares, sino el pueblo a quien AMLO invoca todas las mañanas. Algunos consejeros del caudillo quizá reprueban estas mezquindades, pero como no se atreven a disentir de Su Majestad, ya se echaron en contra al sector más politizado de la sociedad. Conservan, claro, la clientela cautiva de los electores que reciben dádivas del gobierno, pero como el clientelismo fue una de las principales lacras del PRI-gobierno, muchos votantes de izquierda no creen que la compra masiva de votos a costa del contribuyente sea el mejor camino para construir una sociedad más próspera y justa. Contra eso nos rebelamos desde 1988. De modo que en la pasada elección sí hubo una campaña de desprestigio: la encabezada por AMLO y Sheinbaum para darse un balazo en el pie.
Enrique Serna