Cultura

Creación y melancolía

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Columna de Enrique Serna

ALFREDO SAN JUAN P.

Manantial de creatividad, la melancolía se puede convertir sin embargo en la peor enemiga del talento cuando aletarga o embota la imaginación. ¿Qué procesos mentales neutralizan las emociones autodestructivas? ¿La capacidad de nombrarlas puede transformar la psique de un individuo? ¿Cuál es la línea divisoria que separa el delirio patológico del delirio lúcido? Constructor de puentes entre la neuropsiquiatría, la literatura y la filosofía, Jesús Ramírez-Bermúdez responde a estas preguntas en La melancolía creativa, un ensayo audaz y visionario donde indaga los misterios de la creación artística a partir de su experiencia clínica. Más que establecer los fundamentos científicos de la creatividad, una tentativa demasiado temeraria para cualquiera, su obra formula inquietantes analogías entre los mecanismos psíquicos de la esquizofrenia o la bipolaridad y el don, igualmente anómalo, de inventar mundos imaginarios, que “activa el deseo de conectar el mundo privado de la introspección con la psique del otro”.

El ensayo concede una gran libertad para disertar sin ataduras metodológicas y en ese género Ramírez se mueve como pez en el agua. Su destreza para saltar de una disciplina a otra le permite descubrir un aire de familia entre trastornos psíquicos como la fabulación de falsos recuerdos, frecuente en personas con lesiones cerebrales, y la empatía requerida para imaginar el pasado de un personaje ficticio. En el primer caso, el paciente vive sus ficciones con igual o mayor intensidad que un novelista, pero no tiene conciencia de fabular. “Este nivel de autoconocimiento –señala–, parece el atributo que marca la separación entre la imaginación artística y la psicopatología”.

Un sujeto esquizoide transita del caos hacia un orden falsificado e incomunicable. La creación artística, en cambio, es un intento por compartir con los demás el orden construido para salir del caos, una tentativa que no sólo beneficia al artista, pues “los juegos imaginativos, sensoriales y motores del arte y sus verdades metafóricas, ayudan a aliviar el dolor social”. En otro capítulo del ensayo, Ramírez perfila mejor esa idea: “El milagro del arte, si se me perdona el entusiasmo, radica en que el juego ficticio y los trámites ilusorios de la creación generan, en algún momento del proceso, efectos reales en la persona creativa y en sus semejantes”. Comparto su entusiasmo pues gracias a él contribuye a despejar enigmas que me han intrigado siempre. La melancolía aguda por lo general conduce al aislamiento, pero según Ramírez, la arquitectura del cerebro es una especie de hardware capaz de transformarse a medida que usamos el software. El entorno afectivo que los deprimidos crónicos creen haber perdido sin remedio se puede recuperar, entonces, cuando la invención de símbolos los une con los demás.

En el mundillo del arte y las letras, algunos narcisistas tienden a creer que su neurosis es un toque de distinción. La melancolía creativa reconoce que la depresión mayor a veces otorga una visión trágica y menos superficial de la vida, pero no comulga con la autocomplacencia del loco genial y bohemio que coquetea con la desolación. Lejos de idealizar la locura, Ramírez cita un revelador estudio de Rosa Aurora Chávez, investigadora del Centro Internacional para la Creatividad de Washington, quien descubrió, tras analizar a un amplio grupo de artistas, que “los puntajes más altos en las escalas de ansiedad y depresión coincidían con los puntajes más bajos en el desempeño creativo”. Dicho en otras palabras, a mayor desasosiego, menor imaginación.

Mención aparte merece un interesantísimo caso de esquizofrenia que el autor extrajo de su libreta clínica. En el Instituto Nacional de Neurología preguntó a una paciente esquizofrénica el significado del refrán “perro que ladra no muerde”. “Pero sí muerden –respondió ella¬–. Me caí yo, estaba yo bañándome, vistiéndome, pantalón negro, diadema de bambú, bajó las escaleras. Pasó un temblor, pasó alguien, un alma penante, si no, me hago yo mis fomentos con agua hirviente. Se dice que hay epidemia cuando en México y en Ámsterdam una persona se cruza con un toro”. Cuando el terapeuta le pidió que definiera la palabra epidemia, la paciente se apresuró a responder: “Eucaristía, cineasta, berenjena, exorcizó el Papa, caminé de la cama al baño, vomitando, vomitando”. La poesía surrealista no está muy lejos de este lenguaje. Benjamín Peret, uno de los más fieles acólitos de André Breton, declaró con ánimo retador: “Yo llamo tabaco a lo que es oreja”. Al parecer, la arbitrariedad semántica y el dislocamiento de la sintaxis, dos baratijas revestidas de oropel por las viejas vanguardias poéticas, se cultivan sin pretensión alguna en los manicomios.

Enrique Serna


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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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