Por la noche y entre semana el barrio es la imagen plena de la calma. Durante la tarde–noche, pecerdas y autobuses van y vienen con su carga humana (empleados, estudiantes, obreros, comerciantes): de aquí al metro y del metro para acá. Los que salen, los que entran a la chamba.
A media calle y para combatir el frío, los chavos del vecindario organizan la cascarita futbolera, el encuentro de básket, el partido de voleibol… Es casi el paraíso, la feliz convivencia, la paz vecinal.
En el patio de la vecindad, doña Pelos y doña Goya calientan sus manos en el jarro de café e intercambian las noticias, los chismes del día, mientras remiendan calcetines, pantalones con agujeros en las rodillas:
—Estos chamacos son lumbre: mire cómo dejan hecha garras la ropa, los condenados: como si la regalaran.
—Y con lo caras que se han puesto las cosas. Quise comprar un kilo de plátanos y me quedé con las ganas. A ver si no me hace daño quedarme con el antojo, Goyita…
—Solo que estuviera embarazada, pero no creo que a nuestra edad: sería un milagro…
—Se dan casos, Goyita. Mejor no arriesgarle.
—Ay, qué bárbara, qué cosas se le ocurren. ¿Gusta otro cafecito? Como que sigue bajando la temperatura. Esto ya me huele a invierno.
—Ya casi es, Goyita. Se nos fue el año en un suspiro. Ya hasta anuncios navideños hay en algunos comercios.
—Exageran. Nomás le calientan la cabeza a la gente para que gaste, gaste y gaste… lo que no tiene.
—No tienen pero ahí los tiene: endeudándose, comprando en abonos, con pagos chiquitos de por vida.
—Es que no hay dinero que alcance. Nomás vive una al día.
—Fregados los que viven al día. Viven pidiendo prestado, y nomás no salen de sus penurias. Peor los que tienen hijos en la escuela: es un gastadero. Ahí lo veo con mis hijos, con mis nietos.
—Tengan cuidado, muchachos, que ya mero nos tumban los jarros de café con su pelota. Si pegan se atienen a las consecuencias: nomás no digan que no se los alvertí…
–Ni les diga nada, ya ves cómo se ponen de contestones los chamacos. Mejor nos metemos pa’ dentro y dejamos de exponernos, no vayamos a recibir un
mal golpe…
–Malhaya con esta gente, que ya ni en su casa puede una estar a gusto. Ya me han roto varios vidrios de las ventanas y no escarmientan. Y dígales algo: tienen una boquita que pa’ qué le cuento. Mejor haga su silla para acá y cerramos la puerta…
A la palabra sigue la acción: las dos mujeres levantan sus costuras, los jarros y arrastran las sillas.
–Aquí estamos mejor, Goyita. Porque aunque no salga una a buscar, encuentra. Seguro vio en las noticias que un tipo loco pasó disparando a los zaguanes nomás porque sí. La gente loca abunda cada vez más, deveras.
–Más vale prevenir, porque si no se cuida una, quién.
–Nadie. Tiene una que ver por una misma. Porque ni comentar con la familia: todo lo quieren arreglar a golpes o con la pistola. Ora cualquiera tiene un arma y con facilidad puede comprometerse.
–Ni pa’ qué buscarle, mejor aquí adentro nos tomamos el café. Para qué arriesgarle. Y hasta pega menos el friyecito, que ya me anda acatarrando...
–Lo mismo digo. ¿Quiere seguridad? Lo mejor es no jugarle al vivo y ni salir de su casa. Eso creo yo, salvo mejor opinión. Así ha sido siempre.
Emiliano Pérez Cruz*
*Escritor. cronista de neza