Temporada de fin de cursos, tiempo de graduaciones: desde el nivel de preescolar hasta el doctorado, suponemos, los graduados se despojan de la toga y el birrete para darle gusto al fandango sango sango: una comida familiar, los postres, el bailongo y los tragos que brindan euforia, ánimo pa’ ponerle semilla a la maraca pa’ que suene.
Muy de mañana la familia toma por asalto el baño y visten los mejores trapos para participar en el evento. Apuren al abuelo, que siempre toma con excesiva calma el asunto y retrasa a los demás:
–Aquí está su bastón, nomás da vueltas vueltas y nada que lo encuentra, siendo que lo tiene frente a sus narizotas…
–Nomás no me grites, que apolillado y todo todavía puedo darte unos garrotazos, a ver si así aprendes –amenaza el abuelo, se cala el sombrero y se dirige a la salida.
–Apúrele, que bien que nos advirtieron: que a las 11 de la mañana cerrarían las puertas del auditorio y el que entró, entró…
Togas y birretes visten los nuevos licenciados. Sus familiares hicieron fila y ordenaditos ingresaron al auditorio. Los padrinos de graduación, muy endomingados, portan ramos de flores y regalos envueltos en celofán con moño rojo.
La banda de guerra escolar inicia los honores a la bandera, la enseña patria. En casa ya lavaron el patio y las mesas alquiladas lucen albos manteles y floreros con rosas y margaritas.
En el patio, doña Cata menea una y otra vez el contenido de la cazuela molera, para evitar que se adhiera o queme:
–Líbreme el Señor de que eso pase, capaz que la patrona me sorraja la cazuela en la cabezota y entonces ya cuál fiesta…
El discurso de despedida de la generación saliente concluye entre porras y aplausos, y la foto con los familiares, compañeros y amigos se multiplican en el auditorio y desbordan hacia el patio.
Click-click-click, el retrato ya salió. Los fotógrafos, que en ocasiones como esta pululan en los planteles, ofrecen sus servicios. Pocos acuden a ellos, derrotados por las cámaras de los teléfonos celulares.
Lentamente, la escuela se vacía. Afuera, la disputa por un taxi libre persiste. Se acerca la hora de la comida y en casa el mole, las carnitas o el pollo en barbacoa aguardan para celebrar al graduado, que se multiplica para la foto por aquí, ahora por allá, ahora junto al escudo de la escuela, con la pandilla que fue y se dispersará en busca de un puesto de trabajo, de un posgrado…
–Mi papá quiere meterme a la Secretaria, pero con mis amigos queremos montar un despacho de diseño gráfico. Le estamos echando ganas, verás que es chicle y pega.
–Pues a echarle ganas, porque ya abogansters y comunicólogos hay hasta para regalar. Pero vamos yendo, que la comida se enfría y la cocinera se nos para de uñas…
Las bocinas expelen cumbias y corridos tumbados. Trini, la tendera, atiborró los refrigeradores con cervezas tamaño caguama y cocacolas familiares.
Tras la comida, a mover el bote al son que el disyoquer impone. Bueno-bueno, sí, bueno: aquí celebrando al nuevo licenciado, tenemos para ustedes esta bonita melodía: “El oso polar”, que dice así: weno, weno-weno-weno-weno…
Otro plato de arroz con mole y pieza de pollo; se acabaron las chelas, ¿nos lanzamos por otro cartón? Va, va que va...