Sociedad

Hielos para el agua fresca

Al grito mágico de “¡El hielo, el hielo, llegó el hielo!”, los chiquillos que vagaban por el llano a la caza de mariposas y lagartijas se congregaban alrededor del camión de la compañía cervecera; los macheteros llenaban gruesas cubetas de lámina con los pequeños cilindros huecos de agua congelada, y llenaban los refrigeradores donde la cerveza se enfriaba.

Los más cogían el hielo y se deleitaban, chupándolo antes que se derritiera en sus mugrientas manos, convertido en líquido oscuro que escurría por sus brazos hasta los codos, renegridos por la mugre y el sol. Con cacerolas y pocillos, los chamacos corrían a sus casas para que la madres prepararan agua de limón y agregarán el hielo con el que refrescarían su tarde de jolgorio, rondas infantiles y futbol llanero. —Con cuidado, no se pongan detrás del camión porque esos choferes son bien atrabancados. Y no se tarden o ya verán cómo nos arreglamos —reconvenían las señoras a grito pelón, amenazantes.

Del patio donde el dulcero hervía en un enorme cazo de cobre la melaza que convertiría en variedad de dulces, salieron las tres chiquillas de su hija, madre soltera que ayudándole mantenía al producto de su requiebros amorosos.

Aquella tarde de viernes el camión de hielo llegó más tarde que de costumbre y los macheteros se apresuraron a cumplir los pedidos para retirarse y encerrar la unidad en la bodega ubicada en la cercana colonia Agrícola Pantitlán.

Cogían las enormes palas, abrillantadas por el continuo roce con los hielos, y atestaban las cubetas hasta derramarlas ante la codiciosa mirada de la chiquillada que estiraba las manos y a cambio recibía un soberbio manazo que las enrojecía y dejaba palpitantes: —¡Chamaco encajoso: pida y se le dará, pero no robe! Así empiezan y luego están en la cárcel chillando…

Mientras los refrigeradores quedaban colmados con los pequeños cilindros, el chofer y el dulcero platicaban de cualquier cosa mientras la chiquillada se arrastraba debajo del camión para recoger las piezas que caían de las cubetas.

Una de las nietas del dulcero llenaba su cacerola, llevaba los hielos a casa y volvía por más; los macheteros embrocaron las cubetas y pacientes aguardaron a que la conversación concluyera y se fueran al siguiente estanquillo para concluir su labor antes que el sol se ocultara.

—Ya nos han asaltado los de la banda del Coyote, señito —contaban a quien quisiera escucharlos—, y son gente que anda armada: para qué exponernos… A los repartidores de refresco ya les tocó varias veces, y son de esta coloña los bandoleros…

Uno de los macheteros golpeó con su manaza sobre la puerta del conductor, señal de que habían concluido el entrego, y el chofer puso el camión en marcha. pero enseguida se detuvo; frenó tras escuchar el grito de horror de una mujer que gritaba:

—¡M’hija, m’hija, ya le tronchaste la cabeza a m’hija —y alrededor del camión los chiquillos guardaron silencio sin poder apartar la vista del pequeño cuerpo que se convulsionaba y luego dejó de hacerlo, y solo reinó en el silencio el grito de la madre: —¡M’hija, m’hija, ya le tronchaste la cabeza a m’hija…! _

Emiliano Pérez Cruz*

* escritor. cronista de neza


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Emiliano Pérez Cruz
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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