Hace poco leía un artículo sobre la multimillonaria industria del crowdfunding que, como toda industria, ha producido ya una estética del lucro, que además en este caso particular, ofrece a los participantes de los distintos eslabones principalmente un rédito moral, sin que ello obste por supuesto para que se produzca el económico. Otra de las grandes industrias de la época, el coaching, aconseja entonces cómo presentar la plegaria personal para recibir la bondad de los desconocidos. Un punto al parecer muy importante para que la propia causa sea apoyada es que guarde un equilibrio justo entre lo imposible y lo alcanzable. Es decir, si uno pide dinero para su funeral, difícilmente alguien decidirá donar, pues ya no hay épica alguna involucrada en el acto (a menos que fuera para comprar uno de esos ataúdes con el logo de Kiss incorporados, ahí quizá sería más difícil resistirse). En cambio, un cáncer difícil de vencer, una orquesta de niños cuyo sueño es tocar en un país lejano o la proverbial casa para la abuelita que trabajó toda su vida en un supermercado permiten que la generosidad pueda llegar a buen puerto y desembocar en un final feliz de Instagram, desenlace idílico en el que la plataforma, los beneficiarios y los donantes comulgan en la contemplación de sus respectivas generosidades, un poco como cuando las estrellas de Televisa lloran frente a las cámaras al besar a los niños que reciben los beneficios del Teletón. Y existe también la figura del pastor del crowdfunding, una suerte de influencer de la caridad que aconseja a la gente sobre las causas más meritorias a las que destinar su dinero.
De manera escalofriantemente similar a lo que sucede con el activismo de redes sociales, el problema de la institucionalización masiva de la limosna como paliativo para la rampante precarización social es que supone una abdicación de la responsabilidad colectiva. Con ello, muchísima gente depende de conseguir posicionarse con éxito en el mercado de los sentimientos públicos para poder acceder a mínimos básicos que bajo cualquier marco razonable deberían más bien ser parte esencial de un pretendido pacto social. Pues quizá una de las principales funciones de los numerosos mecanismos que ofrece el mundo contemporáneo para exhibir la honda preocupación y el compromiso social que nos define sea la de estar creando una especie de gatopardismo del alma, donde por cada nueva capa de sensibilidad y concientización (quién hubiera pensado hace cincuenta años que las ballenas formarían parte de un discurso de agradecimiento de los óscares) la contraparte de la crudeza de la realidad se afianza otro poco. Así, la limosna deviene un lubricante esencial para que el engranaje social donde unos pocos disfrutan la mirada desde la cúspide pueda continuar su demencial chirrido de la rueda de hámster de la que ya nadie parecería saber ni cómo empezar a salir.