En una magistral y sumamente divertida conferencia, impartida en 2004 en la universidad Case Western Reserve (el video se encuentra fácilmente en YouTube), Kurt Vonnegut expuso frente a los estudiantes lo que llamó su intento por aplicar un método científico a la narración de historias.
Para ello dibujó una gráfica en cuyo eje vertical se encuentra la felicidad, arriba, y la desventura, abajo, y en el eje horizontal se encuentra el principio y el final de la historia. Antes de comenzar, ofrece en broma un “consejo de marketing”, afirmando que a la gente no le gusta leer historias tristes, por lo que recomienda comenzar las narraciones en el lado superior del eje que mide la felicidad.
El primer modelo que dibuja es la trama donde el protagonista comienza en un punto, luego tiene alguna caída dramática, y finalmente se redime y vuelve a encontrar la felicidad. Después está la historia de una chica desventurada a la que no invitan al baile al que asisten sus hermanastras, hasta que aparece un hada que le ofrece todo lo necesario para asistir y ser la más hermosa, pero debe volver antes de medianoche o se romperá el hechizo. Su nueva felicidad sufre una estrepitosa caída a medianoche, pero después, cuando el príncipe descubre que es la dueña del zapato extraviado, Cenicienta vuelve a ser sumamente dichosa por los siglos de los siglos. En tercer lugar, viene el pobre empleado de Kafka que de por sí empieza ya bastante infeliz, y al convertirse en cucaracha se hunde más en el abismo. Y por último está Hamlet, quien también empieza en un punto bajo de la escala de la felicidad, pero se mantiene en una línea recta, pues ni la aparición del fantasma de su padre ni el resto de los giros de la trama parecerían afectar su estado tribulado y existencialmente abatido. Con lo cual es para Vonnegut una obra maestra, pues no depende de giros emocionales para contar la historia ni para transmitir las complejidades de la mente del personaje principal.
Si bien Vonnegut claramente se mueve entra la sátira y la provocación (en algún punto dice que no le interesan las historias de los primitivos porque nunca sabes si las noticias son buenas o malas, burlándose de la incomprensión de la mente moderna frente a las cosmovisiones antiguas), su modelo resulta muy útil no sólo para analizar el desarrollo de obras literarias, sino que quizá se podría extender para analizar tendencias de las distintas épocas a partir del predominio de cierto tipo de obras. Así que si con un espíritu igualmente lúdico nos preguntáramos qué tipo de historias son las más populares en la actualidad, encontraríamos, por un lado, incluso en un registro de espiritualidad o autoayuda, el modelo clásico de la felicidad inicial que se convierte en desventura y mediante algún vislumbre se produce una transformación que redime nuevamente al protagonista (que se vuelve más auténtico si se puede amparar bajo la leyenda de ser un caso de la vida real).
Y en una especie de contradicción del principio de marketing de Vonnegut, quizá hoy también encontraríamos una proliferación de historias más ancladas en la desventura, muchas derivadas de un registro noticioso o de la vida real, quizá debido en parte al bombardeo incesante de noticias calamitosas que recibimos prácticamente a todas horas por la web y las redes sociales. Como si la propia realidad nos orillara a una literatura de Hamlets contemporáneos (hablando desde el registro emocional), cuya tarea es registrarla impávidos, sin las subidas ni bajadas asociadas a los modos de narración más socorridos comúnmente.