Cultura

La ética del hambre

Al comienzo de Macario, ese clásico del cine mexicano que se acostumbra ver alrededor del Día de Muertos, aparece una leyenda escrita donde se explica que el culto a los muertos data de ocho mil años entre los pueblos indígenas de México, y que en los siglos XVI y XVII se mezcló con las costumbres y creencias del cristianismo, dando como resultado el sincretismo actual. Macario está basada en el libro homónimo de B. Traven, quien en obras como La nave de los muertos o El tesoro de Sierra Madre explora magistralmente la fuerte incidencia de la realidad material en el campo de acción de los individuos, que de alguna manera tienen la libertad para la que dadas sus condiciones materiales de vida les alcanza. En ese sentido, además del sincretismo religioso, Macario es un gran ejemplo de otro sincretismo: aquel que produce una ética donde las decisiones pasan por el hambre y la pobreza extrema, que no sólo es muy distinta de la ética de la abundancia sino que, como descubre Macario, parecería desembocar siempre de todas maneras en el mismo lugar.

Macario y su familia apenas sobreviven con su trabajo como leñador y su principal anhelo es comerse un guajolote él solo, sin compartirlo con nadie. Su mujer se lo roba y cuando Macario se dispone a comérselo en el bosque, primero se le aparece el Diablo y luego Dios, los dos pidiendo ser convidados. A ambos los rechaza con razonamientos distintos. Después se le aparece la Muerte argumentando un hambre ancestral, y a ella Macario sí la convida del guajolote. A cambio obtiene un agua milagrosa que le permitirá curar enfermos, si acaso la Muerte se encuentra a los pies de éstos, pero le advierte que si la llega a ver en la cabecera, nada podrá hacerse para salvar a esa persona. Macario prospera gracias a sus artes curativas, hasta que es acusado de brujería por la Inquisición, con lo cual la trama se precipita hacia su desenlace trágico.

En una conversación final, la Muerte le reprocha veladamente haber hecho mal uso del regalo conferido. Sólo que aquí cabe preguntarse si entonces Macario no debería haber utilizado el agua milagrosa para salir de la pobreza, en una especie de despliegue de virtud ético, alcanzado en ese hipotético caso a costa de seguir pasando hambre, tanto él como su familia. Sin embargo, al prosperar desata la envidia del médico establecido, quien lo reporta a la Inquisición, así que igualmente acaba siendo condenado. Con lo cual su elección parecería ser entre un hambre éticamente virtuosa o una prosperidad donde tanto la Inquisición como la propia Muerte que le ofrece los poderes termina juzgándolo por hacer mal uso de ellos. Y si en ambos casos Macario parecería salir perdiendo, ¿se le puede en realidad juzgar por preferir disfrutar así sea temporalmente la saciedad y la abundancia?

Y en la película, la hermosa fotografía onírica de Gabriel Figueroa, con planos superpuestos entre sueño y realidad, o la cueva de la Muerte con sus miles de velas que representan vidas humanas, contribuyen maravillosamente a la ambigüedad ética del mundo de Macario, donde nada es tan nítido ni claro como para trazar una ética maniquea, sino que la precariedad como gran niveladora relativiza lo que más bien aparecen como no-decisiones a su alcance. Lo cual en esta época de fanatismos y certezas morales, aparece todavía como algo más onírico y ajeno.

Eduardo Rabasa

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  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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