Cultura

¿Elegir entre qué?

En el superfamoso monólogo inicial de Trainspotting, pronunciado por Mark Renton mientras corre por las calles de Edimburgo para escapar de la policía, enumera todas las cosas que habría que elegir para tener una vida normal y aceptable: “Elige la vida. Elige un trabajo. Elige una familia. Elige una pinche gran televisión”. Y así el monólogo se va volviendo más elaborado, con asuntos como: “Elige sentarte en ese sillón mirando programas de concursos que te embotan la mente y te aplastan el espíritu, mientras te atascas de comida chatarra”. Hasta que al final pregunta: “¿Pero por qué querría hacer algo así?”, para responderse él mismo: “Elijo no elegir la vida: elijo otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones cuando tienes heroína”.

En una reciente entrevista a propósito de los treinta años de la publicación de su obra, Irvine Welsh comentaba que si bien Trainspotting debía ser en parte una historia que advirtiera de los riesgos de la heroína, ya no lo ve de esa forma: “No puedes decirles a los chicos de la vivienda social: no se droguen, o arruinarán su vida, no tendrán un buen trabajo o una casa o se podrán comprar cosas bonitas”. Ello porque la realidad se ha vuelto sumamente más precaria, y la mayoría no podrá aspirar a esos buenos trabajos o bonitas casas: “Todo está jodido incluso si no consumes drogas”, dice Welsh, y prosigue: “Casi que mi libro se vuelve un inspirador llamado de trompeta: consumamos drogas, amigos. Igual estamos jodidos. Simplemente hagámoslo”.

Quizá sea posible leerlo como un comentario sobre el incremento en este tiempo de las desigualdades sociales, donde difícilmente se sostiene la narrativa del pensamiento positivo o de esforzarse para alcanzar oportunidades que, como bien afirma Welsh, de manera sistémica de todos modos no son realizables. Ante ese escenario, quizá un tanto sarcástica o cínicamente, parecería decantarse por una suerte de nihilismo del placer (y del infierno) que son parte consustancial a las drogas, casi como pintarle dedo a un sistema y a una realidad que parecería de inicio pintarle el dedo de la exclusión a millones de personas: si vamos a estar jodidos, al menos pongámonos hasta la madre para sobrellevarlo un poco mejor, parecería decir actualmente Welsh.

Y sin embargo, otra posible lectura es que incluso los adorables e igualmente chocantes Renton y compañía, en realidad estaban eligiendo desde el principio entre tipos de drogas distintos, o al menos entre formas distintas de vivir intoxicados. Eligiendo (como hacen ellos) ya sea el embotamiento formal de la heroína, el alcohol, o la droga de elección personal, o el embotamiento de la vida consagrada a escalar peldaños, ser alguien importante y poder acumular estatus social, objetos, casas, coches, para poder reforzar el embotamiento y la muerte espiritual a la que conduce la intoxicación producida por plegarse a los dictados del actual sistema. Que, si lo pensamos bien, podría argumentarse es a nivel existencial una droga más profunda, pues la intoxicación deviene permanente e irreversible, no hay manera de tocar fondo ni por lo bajo ni por lo alto (la acumulación engendra más acumulación, etcétera), ni parecería existir programa de rehabilitación alguno para escapar a la ansiedad del pozo sin fondo del deseo del hipercapitalismo del consumo.

Quizá aún estemos a la espera de imaginar un Trainspotting antisistema donde la drug of choice disponible sea alguna distinta de la pastilla roja o la pastilla azul...


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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