Cultura

Apuntes de un suicidio lógico

Para Z.

“Tan solo basado en mi propio juicio, por lo que no ha de interpretarse como una opinión o reflejo de los medios masivos o del gusto del público, sino una crítica de mi propia esotérica y elitista mente, para la cual los misterios de la vida son muy pocos y además a la cual la gracia de Dios ha decidido señalar en una visión la verdadera naturaleza de todas las cosas, añadiendo el hecho de que todos son una bola de onanistas y bufones taimados, declaro que este LP es un desastre. I.K. Curtis”.

Entre febrero y marzo de 1980, alrededor de dos meses antes de colgarse, Ian Curtis mandó esta nota manuscrita al manager de Joy Division, Rob Gretton, en referencia al venidero segundo disco de la agrupación, Closer, que prefiguraba para terminar de apuntalar el espectacular éxito del Unknown Pleasures, aparecido tan solo un año antes. El sábado en que Curtis decidió terminar con su vida de madrugada, había hablado con Bernard Sumner para cancelar una salida a tomar unas cervezas, quedando de verse con él en el aeropuerto al siguiente lunes, para partir de gira a Estados Unidos por primera vez.

Además de uno de los suicidios cumbre de la historia del rock, el de Curtis fue paradigmático de los meandros que la culpa suele transitar entre los seres queridos que quedan con vida. En los testimonios de Sumner, Peter Hook, Gretton, Tony Wilson y demás compañeros y compinches musicales, se produce una especie de incredulidad ante la súbita partida del joven con quien dos días antes bromearan e hicieran planes como si nada (pese a que ya había tenido un intento de suicidio previo), aparejada con la habitual culpa de no haber sabido interpretar las señales correspondientes. Por ejemplo las letras de algunas de las canciones del disco que Curtis denostara, como “Passover”: “Esta es la crisis que sabía vendría/A destruir el equilibrio que había mantenido/Girándome hacia la siguiente ronda de vidas/Preguntándome qué vendrá después”. O “Heart and Soul”: “La existencia, bueno, ¿qué importa?/Existo lo mejor que puedo/El pasado es ya parte de mi futuro/El presente se ha salido de las manos”. O este diálogo con Bernard Sumner en una sesión de hipnosis:

IC: Enfebrecido, muy, muy caliente. Muy… resignado a ello.

BS: ¿Resignado a ello? ¿A qué?

IC: Al fin de todo. Es fácil… Supongo.

BS: ¿El fin de tu vida? ¿Dirías que has tenido una buena vida?

IC: Eso no me toca a mí… decirlo.

Como revela la nota inicial, probablemente las tribulaciones de la epilepsia, la fama y la culpa por una complicada situación personal habían desconectado a Curtis de los asideros de la realidad que dotaban de sentido a las vidas de sus compañeros de agrupación, que por admisión propia no estuvieron dispuestos a hacer un alto ni frente a la creciente frecuencia de los ataques epilépticos de Curtis, pues en ese momento pensaban que sin él la banda no tendría futuro. En todas las expresiones anteriores parecería oscilar entre una cierta grandilocuencia mística y una fatalidad trágica cuya consecuencia lógica, a toro pasado, efectivamente fue el suicidio. Buen lector de Nietzsche, acaso intuía estar encarnando con su acto una de las máximas de El nacimiento de la tragedia: “Dado que es una ley bien conocida que los elegidos de los dioses mueren pronto, es igualmente cierto que después viven eternamente con los dioses”.

Eduardo Rabasa

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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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