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“Samuel nació crecido”

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Ciudad de México.- Al calor del primer año del triunfo de la revolución sandinista, el poeta Francisco Hernández viajó como invitado especial del Ministerio de Cultura que dirigía el recién fallecido, Ernesto Cardenal. Durante la celebración principal ocurrida en un estadio de Managua, mientras Hernández escuchaba al grupo Palacagüina, se le apareció un muchacho vestido de militar que le dijo: “Yo te conozco, yo te he leído”.

Aquel muchacho vestido de militar era parte de un ejército sandinista de puros jóvenes y era también un mexicano recién llegado de Monterrey: se llamaba Samuel Noyola.

Fue unos días después, en la ciudad de Granada, donde Hernández pudo conversar un poco más con Samuel. Hernández encabezada un evento poético en la casa donde había vivido Rubén Darío. “Recuerdo que se me ocurrió preguntar si alguien se sabía de memoria algún poema de Rubén Darío y se pararon como 20 personas, pidiendo recitar uno”. La revolución sandinista era también una revolución dariana.

“Ya en la salida -continúa Hernández- se nos acercó Samuel y platicamos con él, una vez más. Hablamos de poesía, de Darío, de la guerra, pero dejé pasar la oportunidad de preguntarle: “Y tú, ¿qué andas haciendo aquí?, ¿por qué llegaste aquí?”, porque de repente, él se despidió, diciendo: “Ya me tengo que ir”.

Tras aquel encuentro, pasaron varios años para que ambos volvieran a coincidir, lo cual ocurrió en la Ciudad de México. “No me acuerdo cuánto tiempo pasó, pero cuando vi de nuevo a aquel muchacho fresco, tan bien integrado en lo que estaba pasando allá en Nicaragua, todo había cambiado. A mí ya me pareció ver algo raro en él; creo que su alcoholismo había empezado a causarle estragos. Como yo tuve problemas de 15 años con alcoholismo, me di cuenta de ciertas acciones, de ciertas formas de hablar, de sacarte una botellita de aquí de la bola y dije: “No vaya a ser que este muchacho, tan joven, tenga ese problema”.

Su libro "El cuchillo y la luna" es extraordinario en muchos sentidos, mezcla a los Rolling Stones y a San Juan de la Cruz. María Secco
Su libro "El cuchillo y la luna"es extraordinarioen muchos sentidos, mezcla a los Rolling Stones y a San Juan de la Cruz. María Secco

LO CLÁSICO CON LO TRIVIAL

-¿Y qué pasó después con él?, ¿siguieron reuniéndose?

-Luego, como lo he estado releyendo desde que me dijiste que vendrías a hablar de él, he tenido toda una experiencia porque tal parece que Samuel era bueno, un magnífico poeta desde su primer libro. No fue el clásico escritor que va desarrollándose, que se le nota todo lo que dejó atrás y que no tenía grandes posibilidades de crecer. En cambio, Samuel nació crecido, yo creo, en cuanto a la poesía y siempre, siempre me gustó su humor, su ironía, su mezcla de lo clásico con lo trivial. El humor y su lenguaje donde de pronto mezcla en algunos de los poemas a la sonora santanera.

-Una sonora matancera zumba con fervor en mi sangre…

-Entonces, con ese sentido del humor, uno encuentra en Samuel el fin -que él intuye, que él quizá desea sin tenerlo muy claro- porque sabe que va hacia esa matanza de sí mismo, que la lleva desde hace mucho tiempo con él, y que por eso, se desemboca en esa forma de beber, de la cual nadie pudo apartarlo, y que a pesar de eso le permitió escribir lo que aquí tenemos como poesía reunida en El cuchillo y la luna, y que es un libro extraordinario, en muchos sentidos, donde mezcla a los Rolling Stones y a San Juan de la Cruz.

Por ejemplo, hay un poema que empieza diciendo: “Como te ven, te tratan: Cicuta o cerveza.” ¿Cuál de los dos venenos prefieres? Y Samuel eligió seguir bebiendo.

-¿Qué otro poema le llama la atención?

-“La marcha de Zacatecas”, es otro que me hizo sonreír: “De las prostitutas por la canonización del placer y el alcohol/ del caballo del amor soy hijo”. Ese verso, ¿a quién se lo quieres poner de los grandes poetas mexicanos? Y además, la idea de la embriaguez, persiste en su obra. Como cuando dice: “Ebria la muerte encalla a las 7:19 de la mañana”. No solo vamos a emborrachar a la vida, también vamos a emborrachar a la muerte.

-¿Qué tanto puede influir una revolución en un poeta? Supongo que una revolución que triunfa y que vuelve una de sus prioridades reunir a los poetas de América Latina, es una revolución que vale mucho la pena…

-La de Nicaragua era una revolución con mucha proesía. Recuerdo que inventaron una palabra en la que juntaban la poesía con la prosa: proesía o algo así. En ese momento, había un ánimo por eliminar todas las barreras y todos los límites. En ese momento, Samuel no era poeta. Yo recuerdo a Samuel de entonces más como un guerrillero, un miliciano. Recuerdo que me decía constantemente sobre la revolución: “Esto ya no lo para nadie”.

-¿Qué más recuerda de aquel viaje a la Nicaragua de 1980?

-Lo que te comentaba sobre Darío. En aquella lectura en su antigua casa, apenas dije: “A ver, alguien que se sepa un poema de Darío” y casi, casi todos los presentes cantaban los poemas. Eso fue muy bonito, una gran experiencia que no pasaría jamás acá. Aquí, al terminar una lectura, cuando alguien le dice al público: “¿Alguien tiene una pregunta que hacer?”. Y todos miran para el techo y se muerden una uña y nadie pregunta nada. Entonces uno dice: “Lo que yo leí, no les importa nada. No les llegó”. Por eso seguido me viene esa imagen de Granada en el museo de Rubén Darío donde casi casi había que sentarlos a todos los participantes de la lectura de poesía, aunque en ese momento, Samuel solo veía, no se había convertido tampoco en el poeta declamador que luego también fue antes de desaparecer.


CONTINUARÁ…

Capítulo 5 de la serie periodística “Samuel Noyola: Retrato de un desconocido”.



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Diego Enrique Osorno
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