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El centro del mundo

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Managua.- Carlos José Díaz Guevara era un joven de 23 años que estudiaba en el Instituto Miguel Ángel Ortez y formaba parte del Ejército Popular de Alfabetización (EPA), una de las iniciativas creadas por la revolución sandinista, tras su triunfo en 1979, con el fin de acabar con el analfabetismo en Nicaragua.

En septiembre de 1981, Carlos José viajaba hacia a la ahora turística playa Jiquilillo junto con Andrés Castillo, otro miembro del EPA, cuando fueron atacados por un grupo de hombres, quienes acabaron a machetazos con la vida de Carlos José y dejaron malherido a Andrés.

Ambos eran de Chinandega, un departamento de Nicaragua que está a 80 kilómetros de Honduras. Esta fue justo la región por donde empezaron a ocurrir los primeros ataques por parte de la Contra, un grupo de resistencia que tiempo después se sabría, fue creado y financiado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos para sabotear el proceso revolucionario que encabezaban “los muchachos”.

Leí esta vieja noticia en la hemeroteca de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en un ejemplar original del periódico El Nuevo Diario, fundado justo en 1980 al calor de la revolución sandinista y cerrado en 2019 ante la nueva y abrumadora realidad del país que deben enfrentar los periodistas críticos. 

Pero en 1980, las principales noticias que publicaba El Nuevo Diario, tenían que ver más con la cultura que con la nota roja o la existencia de la Contra. En ese año, Nicaragua era el centro del mundo y cada semana El Nuevo Diario publicaba “El Nuevo Amanecer”, un suplemento cultural que reseñaba la utopía que estaba gestándose en tierras centroamericanas.

Como muchos otros jóvenes, Samuel Noyola buscaba los domingos “El Nuevo Amanecer” para leer de forma ávida y debatir después los artículos con tertulianos y compañeros sandinistas. Sus amigos nicaragüenses recuerdan al quinceañero proveniente de Monterrey, México.

Durante mi estancia en la hemeroteca de la UNAN me puse a revisar los viejos ejemplares que leía Samuel en aquellos años en los que descubrió la poesía. De repente me topé con un texto del intelectual guatemalteco Luis Cardoza y Aragón sobre la “Forma, visión y escritura” o una reflexión del cineasta Werner Herzog sobre su célebre película de vampiros: Nosferatu.

En la edición del 30 de noviembre de 1980, “El Nuevo Amanecer” publicaba en su portada una serie de anotaciones de José Coronel Urtecho, por entonces uno de los referentes más importantes del proceso sandinista. “Es muy largo el camino de la Revolución, pero solo ella puede recorrerlo”, era una de sus anotaciones; “aún los errores o desaciertos que ocurren en el proceso revolucionario, son preferibles a los aciertos del pasado”, sentenciaba en otra; “la adhesión más profunda a la Revolución no brota solo del cerebro y el corazón, sino —como diría DH Lawrence— del plexo solar. (Digamos, del carácter, o mejor todavía, de todo el ser)”, acuñaba en un momento en el que no solo los nicaragüenses, sino mucha gente del resto del mundo observaba con atención el proceso sandinista, tratando de encontrar en él las claves de un mejor futuro para la humanidad.

Caricaturas de Gabriel García Márquez y Ernesto Cardenal publicadas en el rotativo guatemalteco. Especial
Caricaturas de Gabriel García Márquez y Ernesto Cardenal publicadas en el rotativo guatemalteco. Especial

También se promueve un libro de fotografías de la revolución sandinista titulado “Descalzos a la victoria”, de Perry Kretz, con un texto de presentación del escritor Sergio Ramírez, quien llegó a ser vicepresidente del país; aparecen artículos sobre el nuevo teatro y el desafío cultural. Todos los textos que aparecían en “El Nuevo Amanecer” estaban embrujados de manera profunda por el ideal de transformar el mundo. Un artículo de Charles Scheider retoma el siguiente diálogo como título:

—El teatro debe de estar al servicio de la revolución —decía Bertolt Brecht

—No, el teatro hace parte integrante de ella… y lo prueba en la calle —respondía Augusto Boal.

Boal, brasileño creador del teatro pedagógico, solía latiguear la visión comercial del arte: “La palabra espectador es obscena”.

A la par de las discusiones sobre el papel del arte y de la cultura durante la Revolución, “El Nuevo Amanecer” publicaba a los grandes autores de esos años. Así, mientras hojeo sus páginas, me topo con un poema de Rafael Alberti, una serie de ilustraciones hechas por Rogelio Naranjo, un texto inédito de Pablo Neruda, un capítulo de una novela de Antonio Skármeta, una carta de Graham Greene, una crónica de Eduardo Galeano, el anuncio de una telenovela protagonizada por Ignacio López Tarso, ensayos de Armando Mattelart, cancioneros de Nicolás Guillén, poemas de Mario Benedetti y textos de los ahora nobel Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.

Pero a la par aparecen los creadores nicaragüenses, empezando por el poeta Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura, o bien del erudito Julio Valle, encargado del Departamento de Literatura, y hay sorpresas extrañas como leer que el Premio Nacional de Poesía Joven Leonel Rugama fue ganado por una “compañera” de nombre Rosario Murillo.

En la actualidad, Murillo es la vicepresidenta de Nicaragua y la esposa del presidente Daniel Ortega, quien también llegó a publicar poemas en “El Nuevo Amanecer”. Ambos dejaron la poesía y se enfrascaron en la política más pragmática que puede haber. Muy lejos quedaron del poeta Cardenal, quien a sus 95 años sigue escribiendo y luchando.

“Nicaragua ámame/ desde que aquellos desterraban los sueños/ yo aprendí a resguardarte/ fuiste llama/ pétalo/ mañana/ anónimo increíble”, dice uno de los poemas ganadores de Murillo.

Doy vuelta a la página.  Aparecen fotos de cientos de brigadistas provenientes de diversos lugares del mundo, incluyendo México. Trato de hallar el rostro de Samuel Noyola por ahí. No lo encuentro. Voy por otro ejemplar de la hemeroteca. Sigo hojeando y encuentro otra nota: “Cobarde ataque de “Contras”, en la que se reseña el asesinato de siete miembros del Ejército Popular Sandinista y de las Milicias Populares Sandinistas, el grupo al que se sumó Samuel Noyola para defender la revolución, a la par que era seducido por la poesía. _

 

CONTINUARÁ…

Capítulo 3 de la serie periodística “Samuel Noyola: Retrato de un desconocido” 



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Diego Enrique Osorno
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