Policía

“Policías daban premios por saquear casas”

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Una semana antes de los ataques de Allende, Coahuila, Héctor Moreno Villanueva, el colaborador de los Zetas que se volvió informante del gobierno de Estados Unidos, presionaba como nunca a su chofer y mecánico, Rodolfo Sánchez Robles.

A causa de ello, Rodolfo andaba estresado todo el tiempo. Visitas y llamadas de su patrón lo hacían salir de la casa de manera intempestiva. Así pasaron los días hasta que llegó el viernes 18 de marzo de 2011. A las cuatro de la tarde de ese día, Rodolfo regresó a su casa todo sucio y lleno de grasa después de un viaje a Ciudad Acuña. Como tenía mucha hambre comió con su esposa Yolanda Moreno Castillo, con quien luego salió a fumarse un cigarro en el porche de la casa.

Ya un poco más relajado, soltó: “las cosas se están poniendo bien cabronas” pero no contó nada más. Pasaron otros diez minutos hablando de vaguedades. Solo, cuando se estaban metiendo a la casa, le dijo a su esposa que mejor no debían hacer la fiesta que habían programado la próxima semana por su cumpleaños. Ella asintió y en ese momento fue a avisarle a sus amigas. Estando a dos calles de ahí recibió una llamada de su hija, diciéndole que su papá ya se iba a de viaje, que fuera a despedirlo. Mientras Yolanda regresaba lo vio subirse con la ropa sucia a una camioneta Tundra blanca de doble cabina. Con el vehículo en marcha, desde adentro Rodolfo se despidió de ella con la mano diciéndole adiós.

Alrededor de las 11 de la mañana del día siguiente, Kelvin, otro trabajador de Héctor Moreno, llegó a la casa a preguntar por Rodolfo. Cuando su esposa e hija le dijeron que se había ido de viaje, Kelvin solo deslizó con resignación que no se había ido de viaje y luego se marchó de la casa sin decir nada más.

Luego llegó la esposa de Héctor Lara, otro hombre que también trabajaba con Héctor Moreno. A él también se lo habían llevado en la Tundra blanca. Durante las horas siguientes, les dijeron que la tarde del día anterior, habían visto la camioneta Tundra blanca por la colonia El Nogalar, cerca de donde vivía Héctor Moreno. En el interior iban sus esposos amontonados junto con otras personas. La camioneta era seguida por dos carros negros de modelo reciente, Malibú e Impala. Después de las siete de la tarde, los tres vehículos se habían metido al monte, sin que se les volviera a ver.

Tampoco a los trabajadores de Héctor Moreno, quien para ese momento, ya había escapado de Allende, Coahuila, para dar información de los Zetas al gobierno de Estados Unidos.

Muchas de las propiedades fueron totalmente destruidas. Especial
Muchas de las propiedades fueron totalmente destruidas. Especial


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Isa vio en septiembre del 2010 un letrero en una casa de la calle Simón Bolívar, donde ocupaban una trabajadora doméstica, por lo que fue a pedir trabajo. La recibió un hombre alto, moreno, delgado y de cabello a rapa, que se presentó como Junior, junto con otro chaparro, moreno, gordito y también de cabello a rapa. Le dijeron que acababan de comprar la casa a alguien de apellido Barrón y que necesitaban quien les hiciera la limpieza de vez en cuando.

Desde entonces Isa empezó a trabajar ahí. Los dueños iban de vez en cuando al lugar, solos o acompañados de esposas e hijos. “Se veían gente bien, no mala, y hasta donde sé, son parientes de unos que se apellidan Moreno”. En marzo de 2011, cuando Isa iba a trabajar a la casa se sorprendió al ver las puertas abiertas y un colchón atravesado, por lo que decidió que era mejor no llegar y hablarles por teléfono para preguntar. Nadie respondió.

Se fue a su casa y luego se enteró que estaban destruyendo casas en todo el pueblo, porque supuestamente eran propiedad “de gente que se había metido en malos pasos, o por culpa de sus familiares. Aparte de ser destruidas, las casas eran robadas por los vecinos sin que la policía hiciera nada. Al contrario, los policías daban premios a quienes saquearan más rápido los lugares”.

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Everardo Elizondo Mejía, de 33 años, atendía una dulcería llamada El Milagro y preparaba gallos de pelea en sus ratos libres. El viernes 18 de marzo salió en su camioneta para un terreno que acababa de comprar en la carretera 57, al cual iba a poner la cerca perimetral en compañía de varios amigos, entre ellos César García y otro apodado Spirit. Todavía no terminaban de instalar la cerca, pero les dijo a sus amigos que iría con César al rancho de la familia Garza por un medicamento que necesitaban para un gallo.

Su esposa Etelvina le marcó a las 7 de la tarde para averiguar por qué no había llegado a la casa, como habían quedado, pero no contestó el teléfono. A la mañana siguiente, Etelvina se enteró que su esposo había ido al rancho de los Garza, por lo que llamó a Pedro Gaytán, tío de José Luis Garza, quien le dijo que la bodega del rancho había sido incendiada y que varias mujeres que tenían a sus esposos trabajando para los Garza, también le habían llamado afligidas.

“La verdad es que nosotros estábamos seguros de que a ellos los iban a regresar porque no tenían nada que ver. Como cuando escuchábamos que se los llevaban para preguntarles algo o les pedían cuota, así igual esperábamos que volvieran. Pero luego empezamos a ver todo el grado de violencia que se estaba manifestando y entonces era muy difícil seguir con la esperanza, por lo que entendimos que había ocurrido lo peor”, relata Etelvina.

(CONTINUARÁ…)

Capítulo 16 de la serie “El lugar donde se arrastran las serpientes”



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Diego Enrique Osorno
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