Un par de semanas antes de que empezara la masacre de Allende, el vigilante Ricardo Franco Treviño y el albañil Paulo Hernández, desaparecieron mientras pasaban por una casa en construcción ubicada en la carretera a la salida de Villa Unión. Franco Treviño era papá del policía Jorge Carlos Franco, quien después de enterarse le pidió apoyo a su jefe, el comandante Juan Ariel Hernández.
“Me dijo que no me metiera en esos asuntos, que me fuera a mi casa a dormir, y yo le dije que cómo me iba a ir a dormir si mi padre estaba desaparecido”. El policía Jorge Carlos Franco sabía que su jefe no quería hacer nada porque trabajaba para Los Zetas, como casi todos los policías de la corporación en aquel entonces.
Cuando inició el ataque contra el pueblo de Allende, el comandante Juan Ariel Hernández se encontraba en su oficina, junto al Palacio Municipal. Los efectivos Alejandro Bernal y Guadalupe Orozco llegaron a decirle que habían levantado enfrente de la presidencia municipal a Víctor Manuel Garza, así como a su esposa e hijo, y que los habían subido en el asiento trasero de la patrulla con número 8220, para después entregarlos a Los Zetas en la salida de Allende a Villa Unión.
Después de enterarse de eso, el comandante Juan Ariel declaró que no hizo nada porque estaba amenazado con que si reportaba o hacía algo lo iban a matar junto con su familia. Lo único que hizo fue avisarle a su jefe, el director de la policía municipal, Roberto Cazares, que sus efectivos habían recibido la orden de los Zetas de capturar a cualquier persona del pueblo que se apellidara Garza.
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El policía José Manuel Jasso estaba de vacaciones cuando sucedió la masacre. Como quiera le llegaron rápido los rumores hasta el pueblo en el que estaba y llamó para preguntar. “Ni te acerques, disfruta tus vacaciones. Aquí hay mucho movimiento, andan aquellas gentes aquí”. Al regresar a funciones el lunes 21 de marzo, le contaron que habían matado a muchas personas en el rancho de José Luis Garza, junto con sus vacas y demás animales. Todavía le tocó ver cómo era saqueada una casa ubicada fente a la Plaza Principal. “Vi que eran varias personas y habían llegado en camionetas con trailas e incluso elementos de la SEDENA vieron pero no hicieron nada al respecto”, declaró.

Lo que se comentaba entre los policías de Allende, según el efectivo Juan Rafael Arredondo, es que quienes habían ordenado el levantón de esas familias, eran los hermanos Treviño, Miguel, Zeta 40 y Omar, Zeta 42, porque José Luis Garza Gaytán, Héctor Moreno Villanueva y Mario Alfonso Cuéllar habían robado dinero a la banda y se habían ido a colaborar con el gobierno de Estados Unidos.
El policía Arredondo trabajaba como informante de los zetas, así que no participó directamente en los ataques, ya que estaba cuidándoles las espaldas a los sicarios en los alrededores del pueblo. “Sé que a esas familias las cocinaron en el rancho de la familia Garza por la carretera a Villa Unión y en otro rancho de nombre Tres Hermanos en Zaragoza, Coahuila”.
Otro policía municipal que también trabajaba como informante de los zetas, Juan Arturo Hernández, sí se involucró directamente en los ataques. El martes 15 de marzo, el policía Hernández estaba dormido en su punto de vigilancia cuando llegó un grupo de focas (nombre que reciben los informantes de los zetas, ya que están parados en las esquinas vigilando con la cabeza alzada) apodados El Merry, El Pollo, El Chueco, El Chando y La Lagartija.
Las focas lo despertaron echándole un bote de agua fría en la cabeza y luego, en castigo por encontrarlo dormido en su horario de trabajo, le dieron diez tablazos en las nalgas y al final lo amarraron de pies y manos con cinta canela y lo subieron a una camioneta Silverado Azul. Permaneció amarrado tres días, durante los cuales oyó que sus compañeros decían que “iba a haber fiesta en Allende con la gente de la familia Garza” ya que estaban implicados en la muerte de una persona llamada Miguel Uribe.
El viernes 18 de marzo que inició “la fiesta”, acabó el castigo del policía Hernández. Tras ser desamarrado, acudió con el resto del grupo al rancho de la familia Garza en el kilómetro 5.5. Llegaron alrededor de las diez de la noche, entraron a las casas y oyeron disparos y gritos de personas. Luego subieron cuerpos recién asesinados a la cajuela de una camioneta. Solo dejaron vivo a uno que decía ser trabajador de la familia Garza. “Amarra a este pinche puto”, le ordenó El Pollo al policía Hernández, quien lo amarró mientras oía que su jefe le decía: “que no se te vaya a ir este pinche chapulín porque si no el que mama eres tú”.
Cuando terminaron de subir a la camioneta los cuerpos, se quedaron a revisar la casa, aunque al policía Hernández le advirtieron que no se robara nada. Ahí estuvieron un rato hasta que llegó otro miembro de la banda apodado El Dumbo, quien llevaba otra camioneta en la que subieron tres cuerpos que ya no habían tenido espacio en la otra. Después, Dumbo se los llevó sin que el policía Hernández supiera a donde. Al trabajador que estaba vivo llegó a recogerlo otra camioneta que supuestamente lo llevaría a Piedras Negras para que lo interrogara ahí el Comandante Enano.
Esa misma noche recibieron la orden de incinerar los cuerpos que se habían quedado, lo cual hicieron de madrugada. Buscaron un espacio dentro del mismo rancho, cerca de unos corrales, y luego les hicieron agujeros a unos tambos en la parte de abajo y en los lados. “Al terminarle de hacer los agujeros, recuerdo que entre El Chango y yo bajamos un muerto de la camioneta y lo echamos en un tambo”. Después de eso, según el policía Hernández, sus compañeros El Chango, El Chueco y El Pollo bañaron los cuerpos con diésel para después prenderles fuego. El proceso duró alrededor de seis horas, durante las cuales el policía Hernández asegura que fue enviado a vigilar que nadie se acercara.
Al amanecer, las cenizas que quedaron de los tambos quemados las echaron en un pozo que luego taparon con tierra y aplanaron. El policía Hernández asegura que esa fue la única vez que participó en un levantón o en la incineración clandestina de personas. Que después regresó a su puesto de foca en la calle Carranza, donde durante la semana reportó como muchos pobladores de Allende se metían sin remordimiento alguno a saquear las casas que los Zetas habían atacado.
(CONTINUARÁ…)
Capítulo 14 de la serie “El lugar donde se arrastran las serpientes”