Policía

La Cofa del Vigía

Marcos y Moisés. JULIO GONZÁLEZ
Marcos y Moisés. JULIO GONZÁLEZ

Al final del primer día de los Encuentros de Resistencia y Rebeldía, el Capitán Insurgente Marcos pronunció un discurso titulado “La Cofa del Vigía: Un largavista hacia el ayer”, en el cual hizo un repaso de la historia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

“Una parte de estas palabras fueron concebidas hace más de un año, previendo que con motivo del treinta aniversario del alzamiento, se dijeran tonterías sobre el zapatismo. En efecto, así fue”, advirtió Marcos, quien llevaba varios años de no hablar en un acto público del EZLN.

“Y todo este año siguieron entrevistas a desertores con crímenes pendientes, libros repletos de los mismos lugares comunes de hace tres décadas, análisis, comentarios, declaraciones, usurpación de méritos que tuvieron y tienen en común la ignorancia, la pedantería, la frivolidad y el que se hicieron como si ya estuviéramos muertos, como si fuéramos incapaces de contar nuestra propia historia, como si ya no existiéramos. Y puesto que ya no éramos famosos, entonces estas personas podrían presentarse como las conocedoras que eran, y que son capaces de explicar lo que nunca entendieron… ni entenderán”.

Van algunos fragmentos de la intervención del histórico líder de una organización que ahora encabeza el Subcomandante Moisés.

***

Permítanme contarles una historia cierta y veraz. Este día, 28 de diciembre, pero hace 31 años, mi idea inicial, quiero decir la idea del Sub Marcos -que Diosito lo tenga en su santa gloria y la Virgen Santísima lo colme de bendiciones-, era iniciar el alzamiento ese 28 de diciembre de 1993. Calculaba él que los primeros informes de las fuerzas enemigas serían tomados como una broma del Día de los Santos Inocentes y eso retrasaría la reacción previsible, dando tiempo para el repliegue a las montañas después del golpe que tumbaría siete cabeceras municipales del suroriental estado mexicano de Chiapas.

Como era de esperar, no estuvimos listos para ese día. Y el tiempo se acababa, porque la orden era iniciar el alzamiento en 1993 y solo quedaban tres días para que el plazo venciera. Pero este día, hace 31 años, las tropas zapatistas empezaron a concentrarse en sus respectivos puntos de reunión y despegue; la milicia se despedía de sus familiares y amigos; las tropas insurgentes no nos despedíamos de nadie porque era con nuestra nueva familia, las comunidades indígenas, que bajábamos de las montañas. Nos mentíamos a nosotros mismos pensando en lo que se haría al día siguiente. Porque sabíamos que no habría día siguiente.

Y sin embargo, en los pueblos decíamos: “Ya nos vamos compas, no tardamos, ahí regresamos luego”. Sin embargo, quienes partían a la guerra y quienes quedaban, se habían preparado. Estábamos entrenados para no morir. Aunque sabíamos que las posibilidades no eran muchas, el cálculo incluía dos variantes: una militar y la otra histórica. La militar era la sorpresa, la histórica era el desprecio. En nuestro caso se conjugaron.

Aún viéndolo, nadie creería a los indígenas capaces de un movimiento de ese tamaño. El Ejército tenía informes y fotos de preparativos previos al primero de enero, la Iglesia lo sabía, la vanguardia lo sabía, y una parte de la prensa lo sabía, por eso la sorpresa les paralizó. No solo por los movimientos y ataques que implicaron, también, y sobre todo, por constatar quiénes eran los protagonistas.

Así que en estos días y noches de frío, pero miles de lunas antes y en las sombras, unos indígenas de raíz maya, decenas, cientos, miles, decenas de miles, se preparaban en silencio y afilaban la madrugada.

***

Estábamos solos. Mentira es todo lo que dicen y dijeron. El éxito tiene múltiples paternidades, pero un solo vientre es quien lo pare: El vientre de la montaña. La izquierda electoral estaba derrotada moralmente, lamiéndose en un rincón de las heridas que el salinismo le había hecho en cinco años.

El poderoso de entonces, Carlos Salinas de Gortari, se vanagloriaba de su popularidad. Era famoso, con altos índices de aprobación, controlaba el partido oficial y a no pocos de la oposición, tenía un candidato y un proyecto para los siguientes 30 años. Además de que los medios de comunicación le hacían caravanas.

Una parte de la Iglesia progresista había hecho todo lo posible por expulsar a los gatilleros del paliacate rojo -así nos apodaban los que hoy se dicen copartícipes-. Y habiendo fracasado, ya solo esperaban que no pasara nada, que todo fuera `cosas de juventud´. La vanguardia revolucionaria apostaba que no se haría nada, que todo era un bluff, que esos indígenas analfabetos eran incapaces de hacer algo sin la dirección del proletariado hecho partido. La intelectualidad progresista no se recuperaba del golpe del fin de la historia. No había analistas especializados, ni antropólogos de café, ni medios de comunicación, ni entrevistas, ni apoyos, ni críticas, ni fotógrafos, ni exclusivas, ni enviados especiales, ni intelectuales orgánicos, ni delegaciones de otros países, ni solidarios, ni simpatía. Ni esperanza, ni nada. Reinaba la noche, la muerte, el olvido, el abandono.

Mal armados, mal comidos. Mal equipados. No natos, mayoritariamente, pero con una mezcla de rabia y desesperación, salimos a arrancarle a la noche un pedacito de luz, algo, aunque poco, que alumbrara la noche en la que estábamos.

***

No seáis severos con esa gente que nos negó. Ustedes mismos hubieran considerado una locura esa intención. Es más, cualquier persona medianamente inteligente nos hubiera advertido que era un error que costaría miles de muertes. Nos hubieran dado muchas razones. Que si las condiciones objetivas y subjetivas, que si la correlación de fuerzas, que si el poder militar, que si los gringos, que si la OTAN, que si el Pacto de Varsovia, que si la geopolítica...

Si quieren, hagan un mínimo esfuerzo de investigación histórica. Vean lo que pasaba en nuestro país y en el mundo. Ahora, imaginen que una persona de baja estatura, de piel oscura, de ropajes extraños, de lengua incomprensible, se acerca a usted y le dice al oído: "Mañana, conforme aparezca el lucero del alba, vamos a voltear al mundo de cabeza". ¿No se hubieran escandalizado?, ¿no se hubieran alejado suponiendo que esa persona estaba ebria, loca o las dos cosas? ¿no lo hubieran condenado, señalado que estaba entre el delirio y la provocación?

Y en efecto, frente a todos esos argumentos y razones, solo puedo decirles que la desesperación tiene razones que la razón desconoce. Y sí. La desesperación fue la que nos llevó a hacer lo que hicimos. Pero fue una desesperación organizada. Esa es la gran diferencia. Y pasó lo que pasó.

La madrugada decidió parir en las montañas del sureste mexicano. Una pinta en las calles de una de las ciudades vencidas, la más racista de todas, ésta en la que estamos, rezaba: "Aquí estamos los muertos de siempre. Muriendo otra vez, pero ahora para vivir". 

(CONTINUARÁ…)


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Diego Enrique Osorno
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