El pasado martes 10 de enero se cumplieron tres años de la tragedia sucedida en el Colegio Cervantes, que en realidad es la tragedia de la Comarca Lagunera. ¿Qué aprendimos?
Es verdad que hay hechos que preferimos olvidar. No queremos recordar. A veces elegimos borrar parte del pasado con la finalidad de no hacer daño.
Sin embargo, si no aprendemos a recoger lo que pasa en nuestro entorno, se hace más difícil que podamos hacernos cargo de la realidad que nos lastima para que no se repita.
No queremos que vuelva a pasar. No queremos que en ningún centro educativo se viva tal nivel de violencia. No queremos que haya armas en las aulas. ¿Qué hemos hecho para que esto no se repita?
Las primeras reacciones y medidas de seguridad tuvieron la tendencia de criminalizar a los menores. Una respuesta bastante limitada y de efectos momentáneos.
Al poco tiempo de estos hechos lamentables entramos en la dinámica social de la pandemia. Eso contribuyó en buena medida a “pasar página”. Eso no es garantía de que no vuelva a suceder.
Con los efectos del contagio por COVID-19 en un alto nivel de control, hemos retomado ya muchos aspectos de nuestra vida. Y aquí es clave la pregunta: ¿qué haremos con la marca que nos dejó la tragedia?
Aportaría muchísimo que las autoridades públicas en materia de educación de Coahuila promovieran una agenda que apunte a integrar la disciplina de la transformación positiva de conflictos como asignatura.
Esa sería una acción muy clara encaminada a detectar y trabajar los elementos de violencia que los niños, niñas y adolescentes transmiten en las aulas.
Desaprender las violencias para cultivar prácticas de convivencia pacífica.
Un aprendizaje que nos dejó la pandemia fue que para aprender contenidos de asignaturas no es necesario que las personas se reúnan físicamente en un aula.
¿Para qué volver a los salones de clase? Para aprender a convivir sin violencia es un excelente pretexto ético.
@perezydavid