¿Qué tan caro puede salir llamar “tío” a un vecino?
¿Cómo se deshilacha un gobierno por una sola llamada filtrada?
El jueves 24 de junio la frontera volvió a las hostilidades.
Bangkok reporta 11 civiles y un soldado tailandés muertos en un intercambio de fuego.
Camboya guardó silencio sobre sus bajas.
Es el choque más letal en décadas y confirma que las tensiones acumuladas, y la suspensión de la primera ministra tailandesa, no son simple teatro parlamentario.
La pólvora marca el ritmo de la política.
La línea fronteriza que separa ambos países fue trazada por cartógrafos franceses durante la ocupación francesa de Camboya; Tailandia nunca la aceptó.
La inscripción de un templo como Patrimonio de la Humanidad en 2008 desató ocho enfrentamientos en cinco años.
En 2011 los proyectiles mataron al menos a 15 personas y desplazaron a 30,000 civiles, según Reuters.
En la actualidad, Hun Sen cedió el trono camboyano a su hijo, pero sigue manejando la narrativa.
Al filtrar una llamada, en la que exhibió la vulnerabilidad de la nueva primera ministra, envió un mensaje de demostración de poder.
En la llamada, Paetongtarn (primera ministra de Tailandia), heredera política de Thaksin, suena deferente ante Hun Sen, hasta lo llama “tío”.
Lo que se interpretó como sumisión.
Tres diputados de su propia coalición piden su renuncia. No sorprende, el ejército tailandés se siente menospreciado.
El escándalo expone algo más profundo que un tropiezo telefónico.
La frontera Tailandia-Camboya nunca dejó de ser un conflicto con utilidad política.
Cuando el nacionalismo coquetea con las dinastías de poder, la democracia tailandesa se queda sin aire.
El conflicto fronterizo no es un accidente: es el taller donde ambos regímenes ajustan tornillos de disciplina interna, desvían la mirada de la economía y reciclan el nacionalismo como pegamento de lealtades.
Una franja de frontera selvática funciona como mesa de dibujo del poder, definiendo no solo mapas sino también, a veces, los límites de la democracia.
IG @davidperezglobal