La decisión de participar en un voluntariado surge, al menos, de una de las dos fuerzas más potentes de la condición humana: la conciencia y la voluntad.
La conciencia se manifiesta cuando algo nos molesta o incomoda, cuando no nos gusta cómo es algo y deseamos cambiarlo.
No es una reacción espontánea; es el resultado de un conjunto de convicciones que hemos construido.
La voluntad, en cambio, se revela cuando surge el deseo de hacer algo por puro gusto, porque la acción que generamos nos proporciona placer.
También es un gusto que hemos educado, es la forma en que hemos aprendido a disfrutar de la vida.
En 1986, la ONU estableció el Día Internacional del Voluntariado para celebrar a las personas que dedican parte de sus vidas a realizar acciones, compromisos o participaciones con el objetivo de mejorar la calidad de vida.
Uno de los motivos más significativos para participar en el voluntariado es el impacto positivo que puedes tener en las comunidades o causas que decides apoyar.
Tu tiempo, habilidades y esfuerzo pueden marcar una diferencia real en la vida de las personas, animales o el entorno.
Organizarse con otras personas conlleva desafíos.
Los diferentes puntos de vista o personalidades, como en toda interacción, exigen desarrollar habilidades personales para gestionar pacíficamente los conflictos propios de la convivencia.
No hay un momento ideal para realizar un voluntariado. Muy pocas personas participan en una acción colectiva porque han resuelto todos sus problemas o porque ya tienen tiempo libre para hacerlo.
La gran mayoría debe priorizar actividades.
El voluntariado no puede ni debe suplir las actividades profesionales remuneradas.
Por el contrario, debería crear las condiciones para que las personas se puedan dedicar a tiempo completo a aspectos que consideramos importantes.
El voluntariado puede convertirse en un círculo virtuoso donde me ocupo de mis preocupaciones, encuentro gusto al hacerlo, me organizo con otras personas y profundizo mi experiencia humana.
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