Déjame empezar por decir que estoy claro en que esas clasificaciones de generaciones no las podemos tomar a pie juntillas. Acudí al término porque usualmente se asignan algunas características a estas generaciones que tiene que ver, más que nada, con las condiciones culturales, tecnológicas y políticas en las que crece. Pero te escribo a ti, que tienes la oportunidad de leer este artículo y que andas entre los dieciocho y treinta.
En los contactos que he tenido con jóvenes como tú, he constatado un rasgo que, se dice, es típico de tu generación: una mayor preocupación por el medio ambiente y por la sociedad. Un descontento por las condiciones en que las generaciones precedentes les estamos entregando el mundo. Me parece que la exigencia de cambio es natural, porque muchos de nosotros no vamos a vivir las consecuencias más graves del desastre que les heredamos, y ustedes tendrán que vivirlo plenamente. Es una generación que me llena de esperanza.
Pero te quiero advertir de una paradoja que me preocupa. Al mismo tiempo que ustedes han tomado conciencia de los desafíos medioambientales, son herederos de un proceso que ha conformado tres rasgos culturales a los que ni ustedes ni nosotros podemos escapar fácilmente y que se oponen al cambio: el individualismo, el “facilismo” y el consumismo. El liberalismo, con todas sus virtudes, ha llevado a un extremo la idea de que cada quien tiene derecho a hacer lo que se le dé la gana, sobreponiendo sus intereses, gustos y deseos sobre los de cualquier ente colectivo: la familia, la comunidad, el país. Una expresión actual de esta cultura, son los grupos y personas que alegan que no pueden ser obligadas a usar el cubrebocas, porque eso atenta contra su libertad. Este proceso ha ido acompañado de lo que llamo el “facilismo”, una cultura alimentada por la facilidad que nos dan las tecnologías, que hace creer que todo se puede, y que tiene que ser rápido y fácil, como construir un ensayo con “copy paste”. Sacrificio ha pasado a ser una mala palabra. Y, finalmente, el consumismo, que es más que la mera acumulación de bienes: es la convicción de que tenemos derecho a todo lo que se nos antoje, que la palabra “renuncia” está prohibida, y que el sentido de la vida es trabajar para poder consumir.
Digo que es un paradoja, porque pronto te darás cuenta de que la lucha por hacer un mundo en el que no acabemos con el medio ambiente supone luchar profundamente contra esos tres rasgos culturales en los que has crecido. Te darás cuenta de que es bonito no usar popotes, pero el cambio medio ambiental es mucho más exigente que eso: implica la capacidad de anteponer las necesidades de la comunidad en su conjunto a tus deseos individuales; reducir verdaderamente los patrones de consumo; renunciar, sacrificar, a sembrar lo que sabes que no vas a disfrutar tú. Implica el deseo y compromiso de poner en duda gran parte de las estructuras económicas y sociales de las que probablemente te has beneficiado.
Aplaudo la preocupación de tu generación por el mundo que les dejamos, pero si ésta se queda en la superficie, si solo cambian los platos de unicel por los de bambú, estarás, en unos cincuenta años, escribiendo una carta como esta a las nuevas generaciones.
¡Un abrazo!