Política

Un cuento de futbol

  • En la tormenta
  • Un cuento de futbol
  • David Herrerías Guerra

Había un equipo de futbol en el que nunca estaban todos de acuerdo. El único consenso era que el entrenador sería electo entre los mismos jugadores por mayoría. Ser entrenador, según se establecía en los documentos fundantes de la institución, tenía la noble tarea de llevar al equipo a los mejores puestos en la liga, para lo cual se le daba la facultad de elegir a los titulares y de establecer las estrategias y tácticas para hacer jugar al combinado a su modo de entender el juego. Existían, desde luego otros beneficios que eran reglas no escritas, como dar privilegios a los correligionarios-el pago por su confianza y lealtad-, consistentes en la elección de los números en las playeras, mejores sitios en el vestidor y algunas (inconfesadas) preferencias en los contratos con los patrocinadores.

Como era de esperarse, las cosas no siempre andaban bien y rara vez el equipo sobresalía en la liga, en la que permanecía gracias a que se había abolido el descenso. Lo común era tener un equipo dividido. Apenas terminada la elección la minoría se empecinaba en oponerse al entrenador en turno, quien volteaba para otro lado y aprovechaba el privilegio de mandar para jugar a su real entender y alinear en la cancha a los leales, aunque no fueran los mejores. Si se daba el caso (casi nunca decían, pero casi siempre pasaba) que un compañero se robaba la torta de otro o se iba de farra con las cuotas del equipo, la justicia era implacable… si se trataba de los otros; y era condescendiente y comprensiva si se trataba de los propios.

Era tal el encono que en las pocas ocasiones en las que el equipo regresaba al vestidor después de haber conseguido una victoria, una parte festejaba y anunciaba la inminente entrada gloriosa a las justas del deporte internacional, pensando en que la victoria era el mejor argumento para su permanencia en el poder. Mientras que la otra se empeñaba en demostrar que los goles propios obtenidos habían sido en fuera de lugar o que el portero contrario había salido a jugar borracho, abonando, creían, a la idea de un urgente relevo en la dirección del equipo.

Alguien llegó a pensar alguna vez que el problema no estaba en cambiar de entrenador sino en pensar en la posibilidad de echar a todos del estadio e imaginar un nuevo sistema, en el que los entrenadores no salieran siempre de las mismas camarillas, en el que no fueran los mismos (aunque se cambiaran de camiseta) con la misma cultura política, con los mismos vicios, con las mismas mañas, los que entraran en la tómbola para elegir cada seis años al entrenador. Pero era tan mala y dañosa esa idea que cuando se discutió, se logró, por primera vez, la unidad en el equipo: la rechazó la asamblea general, todas las manos levantadas al unísono.

En las gradas, el público bostezaba y pagaba puntualmente las entradas.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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