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Religión y política

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  • César Romero

“Si de verdad quieres poder, crea una religión”. Leídas hace casi medio siglo, las palabras de Emile Cioran siempre han pesado en mi visión del mundo. “Filósofo del pesimismo”, el autor rumano-francés desmitificó las ideologías del mundo a partir de su peculiar culto al concepto de “la lucidez” como virtud intelectual superior.

De nuestro tiempo mexicano rescato aquella especie de máxima que circulaba en las redacciones periodísticas según la cual la libertad de expresión tenía tres grandes excepciones: el presidente de La República, las Fuerzas Armadas y la Virgen de Guadalupe.

De lo cual poco queda luego de décadas en que el deporte favorito de una generación de reporteros y editorialistas ha sido la crítica a la dictadura perfecta (roja, azul o morada), después de que ha quedado clarísimas que el Ejército no es inmune a la corrupción o la represión, nos queda la Guadalupana. (Haciendo oídos sordos al descaro de aquel Abad de la Basílica, quien pese a ser uno de los principales beneficiarios del negocio de la fe, se atrevió a negar a La Morenita).

Ahora, ya bien entrados en el siglo XXI, cuando la Social Media utiliza cotidianamente la Inteligencia Artificial para mover los hilos de las emociones de más de media humanidad, cuando la política moderna se ha transformado en un Reality Show, me sigo quedando con Cioran. El pensamiento religioso sigue teniendo un inmenso peso en la relación entre autoridades y “el pueblo”.

Las actuales crisis sociales en China, por el supuesto abuso de la política de cero tolerancia al Covid, y en Irán, debido a la intransigencia criminal contra las mujeres de parte de su policía de la moral, son apenas dos botones de muestra.

Si bien no considero vigente aquello del Clash of Civilizations, según lo cual define nuestros tiempos interesantes por el supuesto choque entre un mundo musulmán primitivo y salvaje contra un mundo occidental, cristiano y civilizado, estamos muy lejos de un escenario laico, de tolerancia y libertades.

La utilización de las banderas de la anti-corrupción y la brutal desigualdad económica de muchos países se ha convertido en práctica común en nuestro continente, donde la polarización es cada día mayor.

Sea Estados Unidos y Trump, Brasil y Bolsonaro, o Venezuela de Maduro y México de López Obrador, la fórmula parece ser la misma: utilizar “las benditas redes” para construir narrativas binarias –“estás conmigo o contra mí”— apegada a una perfecta racionalidad religiosa: con dios o con el diablo.

Ni el caso de la señora Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Pedro Castillo en Perú o los arcaicos modelos tropicales de Nicaragua, El Salvador o Bolivia permiten la construcción de visiones optimistas.

Vivimos en un mundo con más científicos y personas con alta escolaridad que nunca, sin embargo, el negocio de 22 jóvenes correteando un balón atrapará las emociones de una audiencia televisiva de poco más de 5 mil millones de pares de ojos.

La política de hoy no es el arte de lo posible o la construcción de acuerdos entre intereses contrapuestos. De lo que se trata ahora es de utilizar la propaganda a partir de paradigmas cuasi-religiosos sin reparo alguno en la realidad. Y, por supuesto, de construir personajes carismáticos destinados a ser adorados. En lugar de políticas públicas, obras mesiánicas y milagros mediáticos.

César Romero

Profesor de la UNAM

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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