Política

Sobre la historia

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El 16 de septiembre de 1812, en la madrugada, el general Ignacio López Rayón celebró en Huichapan el comienzo de la guerra de Independencia. Fue el primero en conmemorar el gesto de Hidalgo, quien acababa de morir fusilado hacía apenas un año, en Chihuahua. Rayón escribió en su diario: “Día 16. Con una descarga de artillería y vuelta general de esquilas, comienza a solemnizarse en el alba de este día el glorioso recuerdo del grito de libertad dado hace dos años en la congregación de Dolores”. En 1813, Morelos incluyó la celebración de ese episodio en los Sentimientos de la Nación. Desde entonces lo festejamos todos los años, no en la mañana del 16 (las mañanas no son propicias para las celebraciones) sino durante la noche del 15, tradición que surgió al triunfo de la Independencia.

La tradición surgió en ese momento, aunque no fue aceptada por todos de inmediato, sino tras una disputa ideológica en el curso del siglo XIX. Unos deseaban celebrar el 16 de septiembre de 1810, otros preferían conmemorar el 27 de septiembre de 1821. Unos, recordar el inicio de la Independencia; otros, festejar la consumación de la Independencia. Los primeros a Hidalgo, los segundos a Iturbide. El país acababa de nacer, pero su historia todavía no estaba escrita. Competían dos relatos, el liberal y el conservador, cada cual con sus héroes y sus villanos. Predominó el relato de los liberales. Por eso celebramos el grito de Hidalgo, no el triunfo de Iturbide.

¿Para qué sirve celebrar el Grito? No para explicar los episodios del pasado —la ceremonia no los explica— sino para organizar ese pasado en función de los requisitos del presente. Es la función ideológica de la historia, distinta de su función científica. Los fines de la historia son ideológicos cuando buscan interpretar los hechos a partir de una idea, con el objeto de dar una visión pragmática del pasado; son científicos cuando no pretenden sino describir un hecho, singular, irrepetible, para ofrecer una representación legítima del pasado. Ambas facetas son distintas, a veces contradictorias, pero también tienen lazos en común. La historia como ciencia plantea preguntas que no pueden ser articuladas fuera de un marco ideológico; la historia como ideología, a su vez, corre el riesgo de perder su autoridad si desprecia por completo el rigor científico.

Tucídides, interesado en “conocer la verdad de las cosas pasadas”, es el padre de la historia científica. Plutarco, evocador de “vidas ejemplares”, es el padre de la historia didáctica. Todos los gobiernos del mundo privilegian la historia didáctica sobre la historia científica, por medio de sus discursos, sus actos y sus monumentos. México no es la excepción, aunque lleva a un extremo esa forma de ver el pasado. Nuestra historia oficial está llena de buenos y malos, y es ajena por completo a la verdad. El poeta Paul Valéry detestaba este tipo de historia, que, preocupado, veía prevalecer en Europa: “Hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos una falsa memoria, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce al delirio de grandeza o al de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas”.

Investigador de la UNAM (Cialc)
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Carlos Tello Díaz
  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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