La Casa Blanca anunció antier que el presidente Barack Obama visitará, a finales de mayo, la ciudad de Hiroshima. Será la primera vez que un presidente de Estados Unidos visita en funciones esa ciudad de Japón, devastada por una bomba atómica el 6 de agosto de 1945. El presidente, precedido hace unas semanas por su secretario de Estado, estará en Hiroshima. "Subrayará su compromiso continuo en la búsqueda de la paz y la seguridad de un mundo sin armas nucleares", explicó un comunicado de la Casa Blanca, que fue luego matizado por esta frase de uno de sus asesores en seguridad nacional: "No revisará la decisión sobre el uso de la bomba atómica al final de la Segunda Guerra Mundial; en cambio, ofrecerá una visión centrada en nuestro futuro compartido". El presidente Barack Obama había aludido a la bomba en un discurso pronunciado en Praga, al comienzo de su gobierno: "Como única potencia nuclear que ha usado el arma nuclear, Estados Unidos tiene la responsabilidad moral de actuar". Y sus palabras habían tenido eco en las que pronunció después el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, durante la ceremonia para conmemorar el 70 aniversario de la bomba de Hiroshima: "Como único pueblo atacado por una bomba nuclear, tenemos la misión de conseguir un mundo sin armas nucleares". El poder de este símbolo es enorme.
¿Qué sucedió en Hiroshima? Una bomba, una sola, mató en unos segundos a 60 mil personas. Pero no solo eso: alrededor de 100 mil más murieron en los días, los meses y los años que siguieron, a causa de la radiación. Murieron indiscriminadamente. El presidente Obama estará en el lugar donde ocurrió esta tragedia, resultado de una decisión que tomó el gobierno de su país en el verano de 1945. Su sola presencia es una forma de solidaridad con las víctimas de la tragedia.
Existe un testimonio conmovedor y terrible, prohibido durante años, dado a conocer después: el diario del doctor Mishihiko Hachiya, director de un hospital en Hiroshima. Así dice la entrada del 6 de agosto de 1945:
"Un cielo sin nubes. Sombras profundas contrastan con los reflejos del sol sobre las ramas de los árboles de mi jardín. Es lo que contemplaba ese día, temprano por la mañana, recostado en la terraza de la sala, en pantalón y camiseta: había estado de guardia toda la noche en el hospital. De repente un relámpago, después otro, y me acuerdo —uno siempre se acuerda de esas cosas tontas— que me pregunté si era la luz de las lámparas de magnesio o el fulgor provocado por un trolebús. Sombras y reflejos, todo ha desaparecido. No hay más que una nube de polvo en medio de la cual no percibo más que la columna de madera que sostenía una esquina de mi casa (...) Instintivamente me echo a correr. O por lo menos trato. Inútilmente (...) Me cuesta mucho trabajo llegar al jardín. Y ahí, de pronto, me siento extraordinariamente débil. Me debo detener para recuperar mis fuerzas. ¡En ese instante me doy cuenta que estoy por completo desnudo! ¿Qué pasó con mi pantalón y mi camiseta? ¿Qué sucedió? (...) Todo ocurre como en una pesadilla. Veo venir sombras, especies de fantasmas que caminan con los brazos en alto, y me pregunto por qué. De golpe entiendo que están quemados y tienen alzados los brazos para evitar el contacto con su propia piel. Luego llega una mujer desnuda con un niño desnudo en los brazos. Han sido sorprendidos en el baño, me digo. Pero después llega otro hombre también desnudo, y luego una mujer. Caminan sin decir una palabra (...) Hiroshima no es ya más una ciudad, sino un desierto. Al este y al oeste, todos los edificios están aplastados y las montañas de los alrededores parecen ahora muy cercanas. No hay nadie en las calles, además de los muertos. Algunos quedaron en la actitud que tenían cuando la muerte los sorprendió: como congelados, más que muertos".