La muerte de la democracia en Hungría es una advertencia para Europa y Occidente. También una advertencia para México.
El primer ministro Viktor Orbán acaba de ganar una cuarta reelección consecutiva en Hungría, al frente de su partido, Fidesz. Ganó por una mayoría muy amplia a la oposición de su país, a pesar de que estuvo por primera vez unida alrededor de un candidato, Péter Marki-Zay. Orbán logró transmitir a los electores la idea de que solo él, por su amistad con Putin, podía mantener a Hungría al margen del conflicto entre Rusia y Europa. Pero estaba de cualquier modo destinado a ganar, por las condiciones que desde hace años imperan en Hungría.
Orbán fue reelecto por primera vez en 2010, en el contexto de una crisis que contrajo en 7 por ciento la economía de Hungría. Su partido, Fidesz, asumió un programa conservador, nacionalista y autoritario que fue bien visto por el pueblo, sobre todo en el campo. Ganó ese año más de dos tercios de los escaños en el Parlamento. Con esa mayoría comenzó a rediseñar el marco institucional de su país. Aprobó más de mil leyes en un puñado de años, varias de ellas tras apenas unas horas de debate, presentadas por legisladores que no las conocían. Con ellos promovió una nueva Constitución. Nombró a personas de su confianza al frente de todas las empresas del Estado. Puso bajo su control al Banco Nacional de Hungría. Transformó el sistema de justicia en su país, con el establecimiento de la Oficina Nacional Judicial, que le permitió designar a los jueces que antes eran nominados por consenso, en comités donde estaban representados todos los partidos del Parlamento. Transformó las reglas que normaban a los medios de comunicación, con las que logró que alrededor de mil empleados de radio y televisión fueran obligados a dimitir, muchos de ellos acusados de violar reglas que antes no existían, impuestas por un órgano que está bajo su control: la Fundación Centro Europea de Prensa y Televisión. Rediseñó los distritos electorales para propiciar la mayoría de su partido, que obtiene en las elecciones más escaños con los mismos votos que tiene la oposición, que está débil y fragmentada.
Orbán liquidó los organismos que funcionaban al margen de su poder y privilegió un capitalismo que favorece a sus socios y sus amigos. Ganó en 2014 y 2018, y volvió a ganar en 2022. En parte por ser popular, pues las encuestas dicen que tiene el apoyo de alrededor de la mitad de la gente que vota en Hungría. En parte por ser el beneficiario de la mayoría del dinero y la cobertura que reciben los candidatos del Estado. “El nuevo Estado que estamos construyendo en Hungría es un Estado iliberal, un Estado no liberal”, dijo Orbán. Su guion ha sido seguido, con más o menos éxito, en Polonia, Eslovenia y República Checa, lo cual propicia una tensión entre las democracias liberales del oeste y los sistemas hegemónicos del este que amenaza la unidad de la Unión Europea.
La democracia existe solo cuando es apoyada por el pueblo. No muere necesariamente con un golpe de Estado. Puede morir en cualquier país que no presente un frente unido para proteger y preservar, día con día, las instituciones que le dan vida. Y esto es cierto desde luego para México.
Investigador de la UNAM (Cialc)