En México lo sabemos hace muchos años. La guerra contra el crimen organizado y las organizaciones delincuenciales tiene un costo enorme en cuanto a la violencia que desata en las calles, en los pueblos.
Aumenta la violencia contra las autoridades, contra aquellos ciudadanos que se resisten y contra las bandas rivales que quieren ocupar espacios que otros consideran suyos. Cada acción de la autoridad para detener la actividad ilícita tiene una respuesta de la criminalidad.
Lo vivimos, trágicamente, entre 2006 y 2018. Eso que quienes nos gobiernan desde 2018 dicen repudiar y condenan cada vez que sale el tema, y sale mucho porque les encanta culpar al pasado. Pero el presente los desmiente cada día.
El lunes fue la ejecución del delegado de la Fiscalía General de la República (FGR) en Tamaulipas, Ernesto Cuitláhuac Vázquez Reyna, ante decenas de testigos en pleno Bulevar Hidalgo, la principal avenida de Reynosa. Fue atacado con un explosivo que hizo estallar su vehículo. Herido, bajó de la camioneta que ardía, una camioneta se detuvo frente al delegado y sicarios dispararon para rematarlo.
Vendrán otras como tantas hemos tenido en estos meses.
Seis años de abrazos tienen un costo. Cuando se acaban los abrazos y las redes criminales se han expandido sin control alguno, terminar con ellos es mucho más complicado de lo que fue y, por lo tanto, hay más violencia.
Antes la batalla era contra la producción y el tráfico de drogas, hoy es mucho más que eso, es la apropiación de comunidades completas mediante la extorsión y el terror. Es mucho mayor negocio.
La lucha entre organizaciones criminales, después del fin de los abrazos, está a todo lo que da. Más aún con la bronca en Sinaloa después del rompimiento entre mayos y chapos.
Y por supuesto cuando, con razón, la Presidenta y su equipo se enfocan en negocios ilegales ignorados por años que dan millones y millones y millones de dólares como el huachicol, fiscal o no. Pues eso, los balazos tienen un inevitable costo.
Eduardo Guerrero, que de este asunto sabe mucho, escribió con razón hace un par de días en relación con la fuerza que hoy tiene el CJNG en casi todo el país: “Resuenan cerca los tambores de guerra”.
Porque sí, esto apenas está comenzando. Pero era hora, el país no resistía mucho más con “abrazos”, que siempre son cómplices de los que balacean.