El pasado 23 de octubre, dos semanas antes de la elección presidencial en Estados Unidos, 23 galardonados con el Premio Nobel de Economía firmaron una carta de apoyo a la entonces candidata del partido Demócrata, Kamala Harris, alertando que un “segundo mandato de Trump tendría un impacto negativo en la posición global de Estados Unidos y un efecto desestabilizador en la economía… conduciendo a precios más altos, déficits más grandes y mayor desigualdad”.
Tecnocracia pura y dura. Sesudo análisis sustentado con datos y apelando a la “racionalidad”, pero irrelevante ante la contra-narrativa de Donald Trump: “EEUU vive una invasión ilegal y criminal, donde los migrantes incluso se comen a nuestras mascotas”. Afirmación sin evidencia, sustentada con anécdotas y apelando a la “emoción”. ¡¿A quién le puede importar “un mayor déficit” cuando se vive una invasión y se asesina a perros y gatos inocentes?!
El dato no mata el relato, es al revés. Nos guste o no. Los líderes populistas, al igual que los algoritmos de las redes sociales, explotan esta dinámica para influir en la opinión pública y moldear la percepción de las masas. Mientras tanto, los expertos y tecnócratas, con sus análisis detallados y matizados, a menudo no logran captar la atención ni la imaginación del pueblo. En este escenario, el populismo no es un accidente ni una anomalía, sino una consecuencia de un mundo donde la sobrecarga de información paraliza y desorienta.
En una era de volatilidad, incertidumbre y desinformación, la capacidad de construir y difundir relatos convincentes se ha convertido en una herramienta de poder sin precedentes (hasta hace poco dichos relatos los construían humanos, ahora ya también lo hace la IA). Vale la pena recordar que los seres humanos no son, como querrían los economistas clásicos, máquinas racionales que sopesan costos y beneficios con base en evidencia. Somos, más bien, criaturas narrativas que se aferran a historias que den sentido y dirección.
El reto para las democracias liberales y para los defensores de la razón es que las historias emocionales tienden a vencer los argumentos técnicos. Para combatir al populismo no bastan los buenos datos, hay que construir mejores relatos. La universidad no solo debe enseñar a razonar, sino también a narrar.