Con la reciente elección de Claudia Sheinbaum como presidenta de México, se abre una ventana de expectativas sobre el futuro de la educación superior. Con una importante trayectoria como académica y científica ambiental, gestada desde la izquierda, Sheinbaum genera esperanza, pero enfrentará un panorama complejo.
México tiene un rezago histórico en inversión para la educación superior. Según la OCDE, la inversión apenas alcanza el 1.2% del PIB, cifra menor en comparación con otros países de la región como Chile (2.7%) y Costa Rica (1.6%). Esta baja inversión, acentuada desde hace al menos ocho años, está precarizando el sistema público de educación superior, afectando la calidad educativa y la capacidad para aumentar la matrícula.
Aún estamos lejos de alcanzar la meta del 50% de cobertura, con apenas 42%; mientras otros países como Argentina y Chile superan el 90%. Para cerrar esta brecha necesitamos crear alrededor de 900 mil nuevos espacios educativos, lo cual debiera ser una prioridad para la nueva administración. No solo es expandir la infraestructura educativa creando nuevas universidades y fortaleciendo a las existentes, sino también apostar de manera más decidida por el aprendizaje digital.
Además, apenas 8% de la matrícula total de educación superior en México está cursando algún posgrado; cuando en Corea del Sur es el 20% y EEUU el 18%. Esta limitación reduce la capacidad del país para el desarrollo tecnológico y para lograr una mayor soberanía científica. El impulso al posgrado es esencial, sin ello habrá poca innovación.
Tenemos un problema estructural en el financiamiento. La educación superior en México se sostiene mayoritariamente con recursos públicos, pero la recaudación fiscal apenas alcanza el 17%, la más baja entre los países de la OCDE. Esta incongruencia limita a la educación superior y en general el gasto social. Una reforma fiscal es inaplazable.
Aunque los desafíos son grandes, el genuino interés por la educación superior en México debe reflejarse en la implementación de políticas efectivas y sostenibles. En este nuevo periodo es imperativo que la comunidad académica se mantenga colaborativa, pero sin perder su vocación critica.