El anuncio efectuado por la asociación nacional de escuelas particulares para regresar a las aulas desde este primero de marzo, puso en la mesa de la opinión nacional la conveniencia de esta acción.
No es un secreto, que la educación a nivel mundial ha sufrido un golpe por esta pandemia, ese golpe en México ha sido devastador.
Se han registrado desde marzo del 2020 aproximadamente dos millones y medio de deserciones escolares en todos los niveles educativos, se estima que seis millones más se encuentran en riesgo de hacerlo.
En México el retraso escolar ha tomado tintes de catástrofe, se estima un retroceso de casi 6 años en nuestro nivel educativo.
La misma UNICEF ha urgido a nuestras autoridades a encontrar una estrategia para poder hacer frente a esta terrible situación.
Pero en medio de la pandemia debe ponerse necesariamente sobre la balanza la afectación socioemocional y la adquisición limitada de conocimientos que se da en la modalidad en línea o con el sistema “aprende en casa” y por otro lado el riesgo de que los contagios nuevamente se disparen y aumente la fatalidad.
El optimismo que representa la aparición de las vacunas y el maldito costumbrismo a las muertes por COVID19, han ocasionado que la sociedad mexicana pretenda encontrarse en un estado de triunfo ante este virus.
Lo vemos en la alegría desbordada por las autoridades federales cada vez que llega un cargamento de vacunas, no podemos pasar por alto, que solamente el 4% de nuestro país cuenta con al menos una dosis de una vacuna, nuestros niveles de inmunidad son mínimos.
La pandemia nos toma por sorpresa, es verdad, pero no el regreso a clases.
Sabíamos muy bien que algún día volveríamos y no nos preparamos.
No resolvimos las carencias elementales de agua potable en más de 44 mil escuelas públicas, ni tenemos los recursos para implementar las medidas sanitarias que exige esta crisis en casi el 54% de las escuelas públicas del país y que decir de la conectividad, en donde a nivel nacional 48 de cada 100 niños carecen de acceso a internet.
A eso súmele los cientos de miles de maestros, de instituciones privadas y públicas, que sus centros de trabajo no les pueden otorgar algún tipo de seguridad social.
México no ha hecho su tarea, la autoridad federal ha jugado un papel nefasto en la contención de esta crisis sanitaria y sus repercusiones han sido funestas para la educación del país.
Hoy nos encontramos a la deriva, ansiando un regreso a las aulas, que si es mal manejado, mal planeado o acelerado por presiones políticas, nos puede colocar al borde de una desgracia aún mayor.