Política

El valor estratégico de una buena reputación

  • Columna de Bruce Swansey
  • El valor estratégico de una buena reputación
  • Bruce Swansey

El ejército republicano irlandés (IRA por Irish Republican Army), tuvo el sex appeal de los románticos en la lucha por un ideal contra un enemigo formidable. Era el combate de David contra Goliat, el hombre cuyo valor compensa su desventaja. Los héroes astutos como Odiseo aun siendo arrastrados por la muerte deciden sobrevivir, es decir, ser prácticos.

El IRA terminó siéndolo. Surgido de la determinación de ganar la independencia irlandesa, el ejército republicano encarnó la resistencia desde los años veinte hasta su disolución a fines del siglo XX. Con Martin McGuinness, Gerry Adams fue una figura primordial en la organización y operación de la resistencia aunque él siempre ha negado haber formado parte del IRA.

Todo mundo presume su participación, pero nadie puede probarla. Desde que fuera elegido en 1983 como presidente de Sinn Féin (SF), labor que desempeñó hasta 2018, Adams ha tenido cuidado de negar su membresía, distanciándose de su responsabilidad en las atrocidades cometidas por el IRA especialmente a comienzos de la década de los 70, cuando varios coches bomba cobraron la vida de muchos civiles. Entre 1979 y 1982, el IRA causó la muerte de cientos de víctimas, un período durante el cual, según la policía secreta, Adams ascendió en la jerarquía de la guerrilla. Los crímenes del IRA no se limitaron a exterminar policías británicos e informadores, sino que abarcaron cualquier actividad ilícita destinada a procurarse fondos como asaltar bancos. Los románticos también fueron forajidos. El reciente triunfo legal en su demanda contra la BBC por difamación forma parte de una estrategia de distanciamiento destinada a lavar acciones pretéritas hoy juzgadas injustificables.

Hay buenas razones para que el patriarca de SF (que en gaélico significa “nosotros solos” para afirmar su separación del Reino Unido) niegue hasta la fecha haber sido parte del grupo paramilitar. Hasta la firma del Tratado de Belfast, el IRA mantuvo una guerrilla cuyas acciones terminaron siendo rechazadas por el estado de terror al que sometieron a la población en Irlanda del Norte. Sin embargo, sin los golpes asestados a los representantes de lo que consideraban una colonia, el Reino Unido (RU) no habría cedido un ápice de su poder en un territorio disputado que partió Irlanda desde 1922.

Algunas acciones del IRA fueron espectaculares. En 1972 la embajada del RU en Dublín explotó dejándola en escombros. Desde entonces construyeron un búnker similar al de la embajada norteamericana en cuanto a seguridad. Sólo ese año el IRA fue responsable de la muerte de alrededor de 500 víctimas. O el atentado que liquidó en 1979 a Lord Mountbatten, quien fuera el último virrey de India, en las costas de Sligo. O la huelga de hambre que causó la muerte en 1981 de Bobby Sands en prisión. Y la bomba que casi despeinó a Margaret Thatcher en Brighton en 1984 durante el congreso anual del Partido Conservador.

También hubo ejecuciones sumarias, secuestros y torturas, extorsiones y tráfico de armas, abusos de un poder que tendía su sombra ominosa sobre cada aspecto de la vida cotidiana en el Ulster. La lista de sus atrocidades es larga y prolija y termina con la bomba puesta en 1998 en Omagh, que causó destrozos en el centro del pueblo y la muerte de civiles inocentes.

Adams está convencido de que la reunificación de Irlanda puede tener más probabilidades siguiendo una vía constitucional, por lo cual es indispensable elaborar una reputación como agente de la paz, lo cual significa “enseñar buenos modales a la BBC” que según Adams se encuentra fuera de sincronía con la realidad irlandesa y con ello reconfigurar los hechos para que se ajusten a la ficción política. Además, desde hace un par de décadas, SF se ha posicionado con posibilidades reales de dejar la oposición y desplazarse a Leinster House, sede del gobierno irlandés. Los dos partidos que tradicionalmente se han turnado en el poder confían en la estabilidad profunda y en la inercia de la historia, pero la verdad es que están al borde de una crisis mayúscula.

Además la historia siempre es joven. Quienes tienen ahora 20 años no conocen las miserias de los tiros en la rodilla. Era una forma de hacerse justicia, y sobre todo de provocar terror. Baldar al otro no era lo mismo que matarlo. Un menisco no es el alma. Había entre los carniceros un código establecido que los jóvenes ignoran. Para ellos las atrocidades de los setenta sucedieron en el medioevo. Y los reclamos nacionalistas suenan tan frescos como mañana.

El auge de SF entre quienes oscilan entre 25 y 40 años (curiosamente la generación que formó el tribunal en la reciente demanda contra la BBC) ha significado una bonanza electoral hecha de olvido e ignorancia. La historia comienza cada día, sólo que un poco más torcida. En este ambiente el nacionalismo tradicional confirma una tendencia conservadora, poco eficaz para resolver los problemas más acuciantes que enfrenta la república y escasamente escrupulosos en el uso de los fondos públicos.

Tal incompetencia ha producido desafecto entre los votantes, quienes alentados por el desmantelamiento del IRA en 2005 fijan sus esperanzas en la retórica populista de los dirigentes de SF que desde la comodidad de la oposición prometen el cielo en la tierra. Gerry Adams acaba de ser compensado por la BBC con 100 mil euros que lo reivindican moralmente.

De cara a la política es fundamental conservar la buena reputación que depende de las arcas abundantes del partido. Viejo pero notablemente entero, Adams defiende su buen nombre, al que todos tienen derecho mientras que no se pruebe lo contrario. El más reciente suceso se une a una cadena de 18 demandas contra difamación mediante las cuales SF logra amedrentar a la prensa. La libertad que SF reivindica para unificar Irlanda no es la misma que debe gozar la prensa crítica, a la que es lícito amordazar usando los medios legales a su disposición. Lo que antes se consiguiera mediante las armas hoy es posible lograrlo con fondos abundantes para contratar los mejores abogados. El valor estratégico de una buena reputación no tiene precio.


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