El pasado jueves 11 de febrero se celebró la sexta edición del Día Internacional de la mujer y la niña en la ciencia, que busca dar acceso y reconocer la participación y esfuerzos. En esta ocasión fue dedicado a las mujeres que han combatido la pandemia del Covid-19. Sin embargo, el esfuerzo de toda mujer y niña se ve representado en cualquier escenario. Para este espacio, la cocina no simboliza la cárcel a la que están destinadas, desde pequeñas, las mujeres de la casa. Aunque de ella emanen grandes personajes, como es el caso de Ana María Hernández.
Luchadora social, profesora y mujer incansable. Nacida en Querétaro, en 1902, tuvo una infancia y adolescencia como cualquier mujer de la época. Su instrucción estuvo encaminada conforme a los cánones de la época. Después de la educación básica continuó sus estudios en la Escuela Industrial Femenil de Querétaro, dichos recintos preparaban a las señoritas para trabajar en la industria o en los quehaceres del hogar. Ana María Hernández destacó por su perseverancia y disposición para el estudio, lo que la llevó a ser, años más tarde, Directora de Escuela Federal Industrial de Aguascalientes.
Para 1927 escribe y publica La última palabra sobre repostería y confitería, obra que sería cuestionada y criticada por los cocineros, varones, de la época. De esta forma comenzaría una serie de recetarios que, si bien no tenían una intención contestataria, si inclinaron la balanza de acuerdo con el momento político. A principios de los 30’s se edita Cómo mejorar la alimentación del obrero y campesino; obra que sirvió de parteaguas para acrecentar una lucha ideológica, la que impulsaba a la comida europea, y una minoritaria que deseaba elevar el carácter de la cocina popular mexicana. En dichos recetarios se daban alternativas para el uso e implementación de moles, atoles, tamales y otros productos de fácil acceso en el entorno social.
En 1937 publica Industria del hogar, en el cual se daban recetas y consejos para aquellas mujeres que no lograban incorporarse a la industria y, por medio de la industria doméstica, lograban generar ingresos para la familia. De ahí aparece la tradición familiar en la elaboración de dulces, panadería y charcutería. Comenzando así un legado familiar, vigente en algunas familias contemporáneas. Finalmente, la vida de Ana María Hernández termino el 30 de junio de 1945, a causa de un coma diabético. Esto no evitó que fuera recordada y reconocida por las múltiples organizaciones a las que dedicó su vida. Y que hoy reconocemos como una luchadora de las causas sociales y una alimentación inspirada en la dieta nacional, lejos de los estereotipos occidentales y con un carácter emanado de la Revolución Mexicana.
Benjamín Ramírez